jueves, 2 de marzo de 2023

Claroscuro urbano

 


Claroscuro urbano

La primera gran perspectiva de México se tiene desde el fondo de la avenida 20 de Noviembre, que enfoca a la magnífica Catedral, uno de los lados del Zócalo.

El Zócalo es una plaza colonial de grandes dimensiones, verdadero pulmón del México antiguo, donde están el Palacio, la Catedral, las casas de Cortés y el Ayuntamiento. La belleza y las grandes proporciones de esta plaza no se aprecian cumplidamente sino desde un balcón, porque la parte jardinera del centro es un poco elevada e interfiere la perspectiva. Creo que hay que verla además en pleno mediodía, con mucho sol, cuando brillan los automóviles estacionados en perfectas hileras. Yo no he visto una y limpidez mayor que la de esta plaza a esa hora y desde un balcón de Palacio o de las casas de Cortés. Allí nos damos cuenta que estamos a dos mil y pico de metros, a donde no llegan los miasmas de la tierra baja.

Otra perspectiva de gran ciudad, aunque no terminada todavía, se tiene desde la Avenida Juárez, mirando al Caballito y al arco monumental de la Revolución. Estos dos monumentos se destacan siempre sobre las barrocas nubes de México que durante el año de 1938 me hicieron pintar siete cuadros, entre otros El despertar de los ángeles.

El carácter urbano de México, siendo tan complicado a primera vista, puede resumirse diciendo que tiene un poderoso claroscuro. Hay un aspecto claro, brillante, anchuroso, y un aspecto sombrío, sórdido y estrecho. A la parte vieja de la ciudad le corresponde hoy este segundo aspecto; no lo tuvo antaño, ha sido cosa de estos últimos tiempos. El México antiguo, con su traza urbana colonial, de calle rectas y anchurosas, era más que suficiente para el trajín de los siglos pasados, trajín de tres coches, siete carros y diez carretas. Pero al cabo de los siglos, aquellas claras y anchurosas calles se han quedado estrechas y oscuras. Oscuras por el amontonamiento loco de letreros, anuncios, repintes, cartelones y toda clase de pegotes feos en las fachadas; estrechas, porque se amontonan en ellas los comercios, bancos, oficinas mercados, cafés, teatros y, en suma, todas esas células que traen consigo coches particulares o populares, carros de mudanza, autos de mercancía, camiones de reparto, motocicletas y bicicletas, tranvías y camionetas de anuncios ambulantes, a más de todo el gentío que converge, coincide, choca y suda, roe, mastica, escupe y tira cosas a determinadas horas, dejando por la tarde cubierta las calles de papeles rotos, cáscaras y residuos incalificables como si hubiese librado una batalla descomunal. El México viejo, a la hora del atardecer, es triste y feo a pesar de sus magníficos palacios coloniales. Hay que escapar de su seno y salir en busca de las Lomas de Chapultepec, de San Ángel o de algunas otras colonias nuevas que presentan horizontes, paz, aire limpio, suelo limpios, casas limpias. En diez minutos hemos pasado de loo oscuro a lo claro. Señal de que hay claroscuro.

México se ensancha, crece de una manera alarmante. Parece que quiere reunir en la capital todas las almas de la república, más las que llegan de Siria. Siguiendo así, México será una ciudad sola en un inmenso país desolado. Y con ello reafirmar a su carácter barroco, de gigantesca cornucopia, fuertemente contrastada.

En el ensanchamiento de México abundan las casitas. Una arquitectura menuda y como de bambalinas o teatro californiano, propensa a toda clase de fantasías, pero sin agresividad, antes bien, con deseos mimosos de halagar a los ojos. Los mexicanos invierten en fincas urbanas su dinero. Casi no hay mexicano que teniendo algún ahorro no tenga casa propia. Constantemente se levantan nuevas colonias o barriadas, cada vez más atendidas de servicios. Esto aumenta los suelos de asfalto y el número de automóviles, que ya es fabuloso. En México se ven más automóviles de lujo que en Nueva York y, desde luego, que en Europa. Cada propietario cambia de coche año por año. Y todo esto contribuye también al claroscuro de esta república hecha de rizos de oro y rizos negros.

Los barrios de la capital fueron colonias en su día, pero hoy forman un todo con el núcleo de la población. Cada colonia de éstas tiene su fisonomía propia. Así, la Colonia Juárez, por ejemplo, es de la época porfiriana, de la época del dinero, y tiene residencias grandes, de gusto francés, con jardines espaciosos. Sus casas resultan hoy frías y destartaladas en el interior, de techos demasiado altos, semisótanos propensos a inundaciones, puertas como para gigantes, carencia de closets, de baños bien acondicionados y otra porción de detalles arquitectónicos que han conquistado nuestra época.

Ampliación propiamente de la Colonia Juárez es el triángulo entre el Paseo de la Reforma y la Avenida Chapultepec, donde están las dos calles más bonitas del México moderno: Niza y Florencia.

La Colonia Roma, lindante con la Juárez, pero algo más separada del Paseo de la Reforma, tiene algo de común con la Juárez, pero ya hay en ella más mezcolanza. Junto a residencias ricas, casas de pacotilla. En esta colonia hay una plaza de gran sabor romántico. Tiene grandes árboles, canapés de hierro en su jardín central y bastante quietud. Antiguamente se llamaba Plaza de Orizaba, hoy Plaza Río de Janeiro.

la Colonia Hipódromo-Condesa se caracteriza por los parques, el de España y el de México o San Martín, la Plaza de Miravalle y unas cuantas avenidas deliciosas: Sonora, Veracruz, Durango, Tamaulipas y Nuevo León. En ella radica el Edificio Condesa, primer gran edificio de apartamentos levantado en México. Por lo demás, esta colonia está en crecimiento y tiene mucho de este tipo de casitas falsas que buscan más el preciosismo que la solidez y nobleza de los materiales. La Plaza de Toros está enclavada en esta colonia. Por cierto que se quedó sin revestir y resulta para la vista la primera plaza yanki del mundo, por ser tan ferretera como el Puente de Brooklyn.

La Colonia Lomas de Chapultepec se caracteriza por sus residencias con jardines exteriores y por estar en lo más alto de México.

Finalmente quiero incluir en este grupo de colonias selectas un pueblecito llamado San Ángel, que hace cuarenta años estaba lejísimos y hoy se alcanza en unos minutos. En él hay casonas antiguas de tipo colonial con preciosos jardines y añosos árboles. Junto al pueblo había varios conventos; uno de ellos sigue viviendo gracias al famoso restaurant mestizo de yanki por el nombre, San Ángel-Inn, en una de cuyas celdas vivió el poeta granadino don José Zorrilla cuando estuvo en México.


(Tomado de: Moreno Villa, José – Cornucopia de México y Nueva Cornucopia mexicana. Colección Popular #296, Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V., México, D.F., 1985)




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