Causas y consecuencias de la guerra con México
William Jay
[William Jay (1789-1858), hijo de John Jay, actor de la independencia norteamericana. Graduado de Yale, representa el tipo del reformador de la primera mitad del XIX, campeando por la abolición de la esclavitud, la paz y la difusión de la Biblia. Fundó la Sociedad Bíblica Americana y escribió para la Sociedad Británica Pacifista un librito para demostrar los males de la guerra (1842). Se opuso con ardor a la guerra y publicó en 1849 un libro para demostrar la culpabilidad de los Estados Unidos en la guerra del 47 (A Review of the Causes and Consequences of the Mexican War), que ha sido la obra más citada por los historiadores mexicanos. El trozo que incluimos es parte de ella]
INMEDIATAMENTE después que se obtuvo el voto final del senado en favor de la anexión de Texas, se levantó de su asiento un senador de la Florida y presentó una iniciativa en el sentido de que se declarara que el presidente debía emprender negociaciones inmediatas para obtener que se cediera la isla de Cuba a los Estados Unidos. No se proponía una acción determinada, pues el objeto que se perseguía con esa iniciativa era únicamente familiarizar al público con los métodos a que debía recurrirse para adquirir territorio esclavista. La anexión de Texas obraba exactamente en la misma forma en que el olor de la sangre excita a un lobo hambriento, y el ansia de adquirir territorios mexicanos, en vez de quedar satisfecha, provocaba una ferocidad voracísima. En realidad Texas había sido conquistada virtualmente bajo la administración de Mr. Tyler y hay razones para creer que Mr. Polk estaba decidido a que su administración se señalara por la anexión de California. Esta provincia había despertado desde hacía mucho tiempo la codicia de los esclavistas y se habían hecho grandes esfuerzos por orientar a la opinión pública de acuerdo con las funciones del presidente. Los periódicos abundaban en artículos referentes a la fertilidad de California, su enorme importancia para los Estados, como hecho incontrovertible los designios secretos de la Gran Bretaña de adjudicarse esos territorios ya fuese por la fuerza o bien mediante un tratado. Recordará el lector la prematura toma de posesión y anexión permanente de California que realizó el comodoro Jones; también tendrá presente que en un período anterior se hicieron muchos esfuerzos infructuosos por adquirir por compra esa provincia, en todo o en parte. Ya habían penetrado en esos territorios de California tan lejanos muchos aventureros incansables, y la opinión se había propagado extensamente de que una región demasiado valiosa y atractiva para que pudiera dejársele en poder de los mexicanos. El gobierno de México, aleccionado con lo ocurrido por efecto de la colonización de Texas, dio órdenes de que se expulsa de California a todos los ciudadanos de Estados Unidos. Nuestro ministro protestó contra esa disposición y entonces se modificó el ordenamiento del gobierno mexicano en el sentido de que quedaron incluidos todos los extranjeros considerados como peligrosos para la paz pública. Sin embargo, de ello, Mr. Calhoun secretario de Estado a la sazón, ordenó que se presentará una nueva protesta al gobierno mexicano.
Veamos ahora lo que confesó en unas declaraciones nuestro ministro Mr. Thompson: "A fines de diciembre de 1843 recibí noticias de que el gobierno mexicano había expedido una orden de expulsión contra los nacionales de Estados Unidos que se hallaran en el departamento de California y territorios circunvecinos. Hasta ese momento, sin embargo, no se había pretendido aplicar tal disposición. Unos cuantos años antes se había dado una orden semejante, que incluía no sólo a los ciudadanos de los Estados Unidos, sino también a los súbditos británicos; y la disposición se había puesto en práctica con gran perjuicio y en algunas ocasiones hasta con ruina total de las personas expulsadas. Durante seis meses habían luchado inútilmente los ministros de Inglaterra y de los Estados Unidos solicitando que se derogará la ley. Tuve la buena suerte, sin embargo, después de dirigir algunas notas severas al gobierno mexicano, de que se anulara el decreto, pero no antes de apelar a la última ratio de la diplomacia: exigir mis pasaportes, medida a la que rara vez puede apelar con justificación un agente diplomático sin órdenes expresas de su gobierno. Confieso que sentí positivo miedo de que se me enviasen los pasaportes; pero me pareció que el paso estaba justificado por las circunstancias y que con él ponía fin a una larga discusión. El resultado demostró que mis cálculos eran exactos. Se derogó la ley y se enviaron instrucciones en ese sentido a todos los Departamentos, algunos de los cuales se hallan a 2,000 millas de la capital. Confieso que al asumir esa actitud altiva respecto a la orden de expulsar a nuestra gente de California, sentí ciertos escrúpulos, porque se me había informado que estaba urdiéndose un complot por los americanos y otros extranjeros que residían en California y que pensaban repetir en aquel territorio las escenas que se habían desarrollado en Texas".
Al describir California, decía Mr. Thompson: "El azúcar, el arroz y el algodón tienen allí un clima que les es perfectamente propio." Claro está que los mismos móviles que produjeron las "escenas desarrolladas en Texas" darían origen a su reproducción en California. Ya veremos después que Mr. Thompson no estaba mal informado.
Había dos modos de adquirir a California: mediante negociaciones y mediante una guerra. Lo primero era lo más económico y probablemente lo segundo sería lo más expedito, pero a menos que fuese México quien rompiera las hostilidades, resultaría en extremo peligroso recurrir a la guerra exponiendo la popularidad y la estabilidad de la administración.
Si obráramos con alguna fanfarronería al presentar nuestras reclamaciones, hinchándolas hasta el punto máximo posible, y después ofrecíamos bondadosamente el echarlo todo al olvido a cambio de que se nos cediera la California, a lo cual podíamos agregar, para dulcificar la cosa, unos cuantos millones de compensación, quizá podríamos amedrentar a México hasta el punto de inducirlo a que nos cediera su provincia. Pero el resultado era dudoso. México había sido siempre tenaz en la defensa de su suelo y se había rehusado a aceptar todo cohecho a cambio de una parte de él. La única alternativa en pie era la guerra. México se hallaba en ese momento con una sensibilidad extrema por obra de los de Texas. Su ministro en Washington había pedido sus pasaportes al aprobarse la resolución conjunta de las cámaras legislativas. Mr. Shannon, después de insultar al gobierno con su conducta ofensiva, había salido de México y todo trato diplomático entre los dos países se hallaba en suspenso. En tales circunstancias no sería difícil provocar una guerra, y tal conflicto nos daría posesión de California. Pero luego, una guerra, para ser popular o siquiera tolerable para la gente del norte de los Estados Unidos que participaría de las cargas de la Guerra sin participar a la vez del botín que se obtuviese, tendría que ser "una guerra provocada por actos de México".
Así que lo más conveniente era intentar en primer término negociaciones pacíficas, y si fracasaban, producir la guerra induciendo a México a dar el primer golpe. Una guerra de este orden sería defensiva, no agresiva; claro que México sería humillado inmediatamente y nos tocaría a nosotros imponer las condiciones de paz, una de las cuales sería la renuncia a la provincia codiciada. Los hechos posteriores prueban que la política que acabamos de explicar fue la que adoptó desde luego Mr. Polk y a la cual se aferró con una pertinancia sin titubeos.
(Tomado de: Vázquez de Knauth, Josefina - Mexicanos y norteamericanos ante la guerra del 47. Colección SEP/Setentas #19. SEP, México, D. F., 1972)
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