domingo, 15 de julio de 2018

Julio Torri

Julio Torri



(Saltillo, Coahuila, 27 de junio de 1889- Ciudad de México, 11 de mayo de 1970)

Perteneció al grupo del Ateneo de la Juventud (1910). Fue profesor de letras españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México. El poema en prosa alcanza en Julio Torri el extremo de resolver, en unas cuantas proposiciones, series complicadas de supuestos, a veces de origen culto y en ocasiones tomados de fuentes populares. Por encima del sentimiento, ha preferido la emoción de la inteligencia, y contra la elocución farragosa se ha propuesto el juego de la síntesis. Malicia e ironía, a menudo buen humor, trascienden de sus breves trabajos. La heroicidad, los grandes ademanes, los desplantes oratorios, el afán de superioridad, caen bajo su vigilante sonrisa más entregada a la suspicacia que a la aceptación.  De él dijo Alfonso Reyes que solía fingir “fuegos de artificio con las llamas de la catástrofe”. Injustamente parca su producción, resume el testimonio de “los escritores que no escriben”, alienta el fervor de buscar en lo que cuenta el lado menos inmediato, el matiz capaz de darnos la sorpresa. Contra la corriente, delata el aspecto casi desconocido de un personaje o de una idea. Desde el rincón de su biblioteca, Torri ha procurado los asuntos que, en unas cuantas frases, tuercen el significado normal que estamos acostumbrados a otorgarles.

Obras:

Ensayos y poemas (1917 y 1937).

De fusilamientos (1940).

Tres libros [contiene los dos libros anteriores y Prosas dispersas] (1964).

(Tomado de: Octavio Paz, Alí Chumacero, et al: Poesía en Movimiento, II)

 
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La cocinera

 
Julio Torri

 
 
... más vale que vayan los fieles a perder su
tiempo en la maroma, que su dinero en el
juego, o su pellejo en los fandangos.

General Riva Palacio, Calvario y Tabor
  Por inaudito que parezca hubo cierta vez una cocinera excelente. La familia a quien servía se transportaba, a la hora de comer, a una región superior de bienaventuranza. El señor manducaba sin medida, olvidado de su vieja dispepsia, a la que aun osó desconocer públicamente. La señora no soportaba tampoco que se le recordara su antiguo régimen para enflaquecer, que ahora descuidaba del todo. Y como los comensales eran cada vez más numerosos renacía en la parentela la esperanza de casar a una tía abuela, esperanza perdida hacía ya mucho.
Cierta noche, en esta mesa dichosa, comíamos unos tamales, que nadie los engulló mejores.
Mi vecino de la derecha, profesor de Economía Política, disertaba con erudición amena acerca de si el enfriamiento progresivo del planeta influye en el abaratamiento de los caloríferos eléctricos y en el consumo mundial de la carne de oso blanco.
—Su conversación, profesor, es muy instructiva. Y los textos que usted aduce vienen muy a pelo.
—Debe citarse, a mi parecer —dijo una señora—, cuando se empieza a olvidar lo que se cita.
—O más bien cuando se ha olvidado del todo, señora. Las citas solo valen por su inexactitud.
Un personaje allí presente afirmó que nunca traía a cuento citas de libros, porque su esposa le demostraba después que no hacían al caso.
—Señores —dijo alguien al llenar su plato por sexta vez—, como he sido hasta hoy el más recalcitrante sostenedor del vegetarianismo entre nosotros, mañana, por estos tamales de carne, me aguardan la deshonra y el escándalo.
—Por solo uno de ellos —dijo un sujeto grave a mi izquierda— perdería gustoso mi embajada en Mozambique.
Entonces una niña…
(¿Habéis notado la educación lamentable de los niños de hoy? Interrumpen con desatinos e impertinencias las ocupaciones más serias de las personas mayores.)
…Una niña hizo cesar la música de dentelladas y de gemidos que proferíamos los que no podíamos ya comer más, y dijo:
—Mirad lo que hallé en mi tamal.
Y la atolondrada, la aguafiestas, señalaba entre la tierna y leve masa un precioso dedo meñique de niño.
Se produjo gran alboroto. Intervino la justicia. Se hicieron indagaciones. Quedó explicada la frecuente desaparición de criaturas en el lugar. Y sin consideración para su arte peregrina, pocos días después moría en la horca la milagrosa cocinera, con gran sentimiento de algunos gastrónomos y otras gentes de bien que cubrimos piadosamente de flores su tumba.

 
 

sábado, 14 de julio de 2018

Parroquia de San Juan de los Lagos



A mediados del siglo XVI, los padres Antonio de Segoviano y Miguel de Bolonia fundaron en el pueblo de San Juan Bautista, ahora conocido por San Juan de los Lagos.

Estos frailes traían desde España una imagen de la Virgen María y la colocaron en una ermita que edificaron en la reciente población.


Con el transcurso del tiempo se deterioró la Imagen, la que fue retirada, pero una india llamada Lucía pidió fuera llevada a la pública veneración. Corría el año de 1623 cuando ocurrió el primer milagro: la hija de unos cirqueros había fallecido durante un accidente propio de su oficio. Sus atribulados padres se disponían a conducirla al panteón, cuando llegó Lucía con la Imagen de la Virgen ordenándoles fuera colocada sobre el cadáver de la niña. Así lo hicieron y ante la admiración de todos los presentes, la niña volvió a la vida. La familia agradecida llevó la Imagen a Guadalajara para que fuera restaurada y volverla a su sitio de la ermita.


La fama de este milagro corrió por todas partes, lo que obligó a que se procediera a edificar en el año de 1651 un templo.


En 1666 el arzobispo Francisco Verdín de Molina dispuso que la imagen fuera venerada bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, pero la costumbre se impuso al dogma y hasta nuestros días se le sigue llamando la Virgen de San Juan de los Lagos.


El 30 de noviembre de 1752 el arzobispo Nicolás Gómez de Cervantes colocó la primera piedra para la construcción del actual templo, el que reemplazó al anterior, siendo concluido el 30 de noviembre de 1769.


El 17 de enero de 1836 fue incorporada a la Basílica de San Juan de Letrán de Roma.


(Tomado de: Casasola, Gustavo – 6 Siglos de Historia Gráfica de México 1325-1976. Vol. 2. Editorial Gustavo Casasola, S.A. México, 1978)





viernes, 13 de julio de 2018

Los pajaritos adivinadores

Los pajaritos adivinadores



El encantador de pájaros está en la esquina, rodeado de niños. Sobre el largo tripié la tablita del asombro sostiene una jaula de tres compartimientos, donde Marcelino, Rino y Pancho López regalan gorjeos. El desvaído terciopelo rojo, flecos dorados, de un toldo les hace sombra. Cada canario tiene vasija, el cuenco de la mano, con agua limpísima.

-Sal de tu casa, Marcelino, y con todo comedimiento, digno de tu esmerada educación, dile a esta niñita la buena suerte…

Marcelino llega hasta la cajita apretada de doblados y bien acomodados papelitos y con el pico escoge uno de color blanco.

“¿Quieres evitarte disgustos y prevenirte de la traición? Escoge las amistades y no confíes secretos personales”. Otro anaranjado: “No olvides que siempre le queda a uno tiempo para ser feliz y nunca es tarde para ser dichoso”; el último, amarillo: “Días felices para ti son los domingos y el día primero de cada mes”.

Marcelino suena centavos para probar si no son falsos; toca la campana de la escuela; empuja camioncitos de plástico; se desayuna con chocolate en tacita mínima y, como despedida, pone el sombrero a un muñequito de porcelana.

Al final de cada suerte el lindo verdín se gana un grano de alpiste, que toma de entre el pulgar y el índice de su dueño.

Marcelino vuelve a su casita muy obediente y se encarama al travesaño de su bien ganado descanso. A Rino le toca el siguiente turno. Pancho López, que cabecea en su sitio, pues anda develado, alborota un revoloteo de alas. Es que ha descubierto, enfrente, a la pájara pinta, sentada en su verde limón.

Marcelino y Rino, en tanto, juegan adivinanzas con los niños.

(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)






miércoles, 11 de julio de 2018

Sor Juana Inés de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz




Juana de Asbaje, poetisa mexicana nacida en 1651, en San Miguel Nepantla, al pie de los volcanes que dominan el valle de México, desde muy pequeña se reveló poseedora de singular talento; siendo aún de pocos años figuró en la corte de los Marqueses de Mancera como dama de la Virreina, donde fue admirada por hermosa y erudita. Muy joven todavía, ingresó como religiosa al convento de Jerónimas de la Capital de Nueva España, y allí continuó dedicada al estudio de las ciencias y al cultivo de las bellas artes, particularmente de la poesía. En 1695, durante una epidemia que asoló la colonia, murió después de haber atendido heroicamente a sus hermanas de religión atacadas por la peste.

La poetisa escribió sonetos, liras, silvas y composiciones menores como letrillas, villancicos, redondillas y otras más, aparte de varias obras dramáticas de singular importancia.

La cultura de Sor Juana Inés de la Cruz es un producto auténtico del coloniaje; en su obra se muestran de modo ostensible las influencias de la península, unidas a condiciones peculiares del medio novohispano en que se producen. Muy a menudo sigue Sor Juana las huellas de los poetas culteranos y en ocasiones no escasas, las de los conceptistas.






En que satisfaga un recelo


Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.
Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos:
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.
 
 
 
Procura desmentir los elogios

Éste que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido:
es un vano artificio del cuidado;
es una flor al viento delicada;
es un resguardo inútil para el hado;
es una necia diligencia errada;
es un afán caduco, y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.


Sor Juana ocupa lugar distinguido como autora de obra teatral importante. Si la relacionamos con Juan Ruiz de Alarcón, debemos recordar que el nacimiento de la que había de ser llamada la Décima Musa, ocurrió a solo doce años de distancia de la muerte del que, mexicano como ella, produjo obra notable en el período más luminoso del teatro del Siglo de Oro.

La monja jerónima no salió nunca de la capital de la Nueva España y en el claustro produjo su obra dramática. Dentro de ella, la producción más celebrada es Los Empeños de una Casa, en la que Leonor, la protagonista, cuenta su propia vida que a muchos ha parecido ser precisamente evocadora de la que en la corte vivió Juana de Asbaje.

En Los Empeños de una Casa hay escenas que, por su fluidez, gracia y travesura, recuerdan algunas de las admiradas en el teatro de Lope de Vega. Por la forma de sus conceptos, castiza y sentenciosa, ofrece también parecido con la de Ruiz de Alarcón.

Aunque la obra mencionada se desenvuelve en España, de modo visible muestra la autora su mexicanidad, especialmente en el tipo del gracioso –Castaño, el criado del caballero que enamora a Leonor- al que pinta como nacido en las Indias y devoto de Martín Garatuza, el famoso truhán que por sus fechorías irreverentes y hasta sacrílegas fue condenad por la Inquisición.

El gracioso de Los Empeños de una Casa es un tipo verdaderamente cómico, que actúa en situaciones en las que Sor Juana se burla de los enredos de la corte virreinal que ella conoció y, con perspicacia delicadísima y perfecto equilibrio moral, pinta a los hombres y a las mujeres que en aquel ambiente se movían.

A través de Castaño expresa Sor Juana los más regocijados juicios reveladores de la frescura de espíritu de tan excepcional mujer.



(Tomado de: Soledad Anaya Solórzano – Literatura española. Editorial Porrúa, S.A. México, D.F. 1971)




 
Sor Juana Inés de la Cruz
 
 
Juana de Asbaje, más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz o la Décima Musa, no necesita presentación alguna. Su nombre, junto con el de Ruiz de Alarcón, es indudablemente el más esclarecido de las letras mexicanas, y su obra, según el consenso de la crítica, la más divulgada.

Nacida en San Miguel Nepantla en 1651 y fallecida en 1695 en la Ciudad de México, en sus 44 años de vida logró edificar un monumento literario que le ha ganado un sitio entre los inmortales de nuestro idioma.

Fue Sor Juana, por lo demás, un espíritu vasto y prolífico que lo mismo labró joyas imperecederas de la poesía erótica y mística, del teatro y de la prosa, que se detuvo, mexicana al fin. A ensayar en la artesanía literaria de insoslayable corte popular.

Antes de ingresar al convento, Sor Juana distraía sus ocios cortesanos, y los de sus protectores virreinales, con juegos literarios en los que refleja, por más que sus críticos no lo adviertan con frecuencia, la sonrisa del pueblo.

De cómo manejaba la Décima Musa el epigrama, gusanillo al que ni siquiera los espíritus más refinados se conservan inmunes, son los siguientes ejemplos:



A una fea, presumida de hermosa:
 
Que te dan en la hermosura
la palma, dices, Leonor;
la de virgen es mejor,
¡que tu cara la asegura!
No te precies con descoco
que a todos robas el alma,
que si te han dado la palma,
es, Leonor, porque eres coco.

A un capitán:
 
Capitán es ya don Juan,
mas quisiera mi cuidado
hallarle lo reformado
antes de lo capitán.
Porque cierto que me inquieta,
en acción tan atrevida,
ver que no sepa la brida
y se atreva a la jineta.
 

A un borrachín linajudo:
 
Porque tu sangre se sepa,
cuentas a todos, Alfeo,
que eres De Reyes; yo creo
que eres de muy buena Zepa.
Y que, pues a cuantos topas
con esos Reyes enfadas,
tus Reyes, más que de Espadas,
debieron de ser de Copas.


Y por último, estos villancicos en los que la voz de Sor Juana se confunde con la del pueblo:

El Alcalde de Belén,
en la Noche Buena, viendo
que se puso el azul, raso
como un negro terciopelo,
hasta ver nacer el Sol,
de faroles llena el pueblo…

Una voz:
Con farol encendido, iba un ciego
diciendo, con gracia:
¿Dónde está la Palabra nacida,
que no veo palabra?
 
Otra voz:
Sin farol venía una dueña,
guardando el semblante,
porque dicen que es muy conocida
por sus navidades.
 
Otra voz:
Un poeta salió sin linterna,
por no tener blanca;
que aunque puede salir a encenderla,
no sale a pagarla.
 
Una voz más:
Del doctor el farol apagóse,
al ir visitando;
por más señas, que no es el primero
que muere en sus manos.
 
 

(Tomado de: Elmer Homero (Rodolfo Coronado) – El despiporre intelectual, Antología de lo impublicable)




 
 
 
 
 

 

martes, 10 de julio de 2018

Antonio Arias Bernal

Antonio Arias Bernal


Nació en Aguascalientes, Ags., en 1913; murió en la ciudad de México en 1959.

Caricaturista, publicó sus primeros trabajos en la revista México al Día. Más tarde colaboró en Vea, Todo, Hoy, Mañana y Don Timorato, y en el diario Excélsior. Fue distinguido con el  Premio Marie Morse Cabot, de la Universidad de Columbia, por el tratamiento que dio a los temas de la Segunda Guerra Mundial. Al morir era portadista de la revista Siempre! V. Rafael Carrasco Puente: La caricatura en México (1953).


(Tomado de: Enciclopedia de México)

Winston Churchill

La Hermanita menor
 

lunes, 9 de julio de 2018

Alejandro Arango y Escandón

Alejandro Arango y Escandón
 


Nació en Puebla, Pue., en 1821; murió en la Ciudad de México en 1883. Estudió en el Real Colegio de Humanidades de Madrid (1831), pasando en 1836 a París a continuar sus estudios. Vuelto a México, hizo la carrera de abogado. Fue síndico y presidente del Ayuntamiento de la capital y magistrado del Tribunal de Justicia. Afiliado al partido conservador, formó parte del Consejo de Estado durante el tiempo de Maximiliano y se opuso a su abdicación. Políglota, sabía griego, griego, latín, hebreo, francés, inglés, italiano y alemán. Fue un inspirado poeta, miembro de la Academia Mexicana de Letrán y segundo director  de la Academia Mexicana de la Lengua.



En compañía de su primo Antonio Escandón, obsequió a la ciudad de México el monumento de Cristóbal Colón que se conserva en el Paseo de la Reforma. Escribió: Proceso del maestro Fr. Luis de León (1854; 2da. Ed., 1856; 3ª. Ed., 1866); Officium parvum Beatae Mariae Virginis-Hebraice, Grece, Latine, Hispanice, Anglice, Germanice, Italice. Virgo Guadalupensis Mater Mexicanorum, Sedes sapientae, ora pro nobis. Cum Facultati Ordinarii (1870); “En la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora”, en Memorias de la Academia Mexicana, correspondiente de la Española (1876); “Invocación a la bondad divina”, en Memorias…; Algunos versos (México, S/a); “Don Martín Enríquez de Almanza, 4º virrey, de 1568 a 1580”, en El Liceo Mexicano, y “Seis sonetos Inéditos”, en Ábside (1941), publicados por Jesús García Gutiérrez. Tradujo el Cid, de Corneille, y La Conjuración de los Pazzi, de Alfieri.v. Alberto María Carreño: La Obra personal de los miembros de la Academia Mexicana, correspondiente de la Española (1946).


(Tomado de: Enciclopedia de México)

viernes, 6 de julio de 2018

Benjamín Argumedo


Benjamín Argumedo

 


Militar, nació en Durango; muerto fusilado en la misma ciudad en 1916. En 1910 se unió a las fuerzas de Pascual Orozco, y en 1913 se pasó a las de Victoriano Huerta y Félix Díaz. Distinguióse particularmente por sus cargas de caballería en la región de Torreón, donde recibió el apodo de El León de la Laguna.

(Tomado de: Enciclopedia de México)
 
 
 

miércoles, 4 de julio de 2018

Sebastián de Aparicio

Sebastián de Aparicio



Nació en Gudiña, Galicia, España, en 1502; murió en Puebla, Pue., en 1600. Llegó a Nueva España en 1533, fijando su residencia en Puebla, donde se dedicó primero a la agricultura y después al acarreo de mercancías de esa ciudad a Veracruz, del puerto a la Ciudad de México y finalmente de la capital del virreinato a Zacatecas. Se le atribuye la introducción de las carretas tiradas por bueyes y la apertura del camino a Zacatecas. Al cabo de algunos años adquirió un rancho entre Azcapotzalco y Tlalnepantla, donde volvió a dedicarse a las faenas del campo. Ya en edad avanzada, se casó dos veces, aunque se dice que vivió en perfecta castidad. A los 70 años, sintiéndose muy enfermo, cedió sus propiedades a las religiosas de Santa Clara de México y entró a servirlas en calidad de criado; y el 9 de junio de 1573 vistió el hábito de San Francisco, donde profesó al año siguiente. Fue destinado al convento de Tecali y después al de Puebla, cuya jurisdicción recorrió incesantemente recogiendo limosnas para la casa de religiosos. Se dice que obró milagros en vida y después de muerto, por lo cual el Papa Pío VI expidió decreto de beatificación. Su cuerpo se conserva en una capilla del templo de san Francisco en Puebla.


(Tomado de: Enciclopedia de México).



martes, 3 de julio de 2018

Tina Modotti

Tina Modotti




(1896-1942) fotógrafa, activista y luchadora social de origen italiano. Estuvo casada con el poeta Roubaix de LÁbrie Richey; su temprana viudez permitió que se instalara, de manera permanente, en la Ciudad de México junto con el fotógrafo Edward Weston, de quien Tina aprende el arte de la fotografía. En 1930 es expulsada del país por haber sido acusada de conspiración. Regresó en 1939 como asilada de la Guerra Civil Española.


Emiliano Zapata

Mujer con bandera

Sombrero mexicano con hoz y martillo

Manos descansando en herramienta

Frida Kahlo y Chabela Vargas


Muy pronto desarrolla un estilo propio, conocido por sus controversiales fotos de desnudos y por la mirada particular de México. Documentó la lucha social de los menos privilegiados en escenas y composiciones bien cuidadas.


(Tomado de: Victoria García Jolly - Algarabía #138)






lunes, 2 de julio de 2018

El de los Raspados

El de los Raspados



El de los raspados está en la tierra y en todo lugar. También está en la puerta del cielo, que es la puerta de las escuelas.

-¿De qué lo quieres, niño? “¡A mí de tamarindo! ¡Yo de fresa! ¡El mío de piña! ¡Dos de anís!

En provincia, a los raspados los llaman pabellones. En México, tricolores a los que tienen verde de limón, blanco de leche, colorado de frambuesa y de grosella.

Sí, es cierto: es como si en un carro de dos ruedas el de los raspados viniera empujando un desfile de banderas, sacándole destellos de unidad y paz.

Ahora que cada botella se zarandea en un huequito, como cada chango en su mecate. Entre un costal de yute, para defenderlo del calor, asoma su frialdad de iceberg el hielo: el de los raspados, con su cepillo metálico lo va raspando, lo echa en un vaso grueso y venoso, levanta una botella, le quita el corcho, vierte la miel. Al cliente toca menearlo con la larga cuchara

¡Umm, los raspados! ¡Allí viene el de los raspados!

A sorbos se beben –comen- los raspados, a cucharada lenta, deteniendo la lengua el éxtasis de su sabor. Cuestan 10, 20, 25 centavos; baratos, para que los niños de las escuelas pobres puedan comprarlos, y los grandes que aún no se envenenan el gusto con nombres y sabores extraños.

Son las cinco de la tarde, la hora solemne en que el de los raspados y el día arrían sus banderas.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986).