viernes, 18 de septiembre de 2020

El alumbrado público y el servicio de rondas colonial

Sereno, litografía por Claudio Linati.

La ciudad de México presentaba durante la época de la colonia un aspecto lúgubre, las calles parecían boca de lobo, oscuras y con hoyancos llenos de lodo en tiempos de lluvias, los robos eran frecuentes, las riñas más y los autores quedaban impunes.
Desde 1585, se dictó un auto acordando la institución de rondas alguaciliscas y portación de armas de los vecinos que tenían la necesidad de salir de sus casas durante la noche, después del toque de queda que daba la iglesia Catedral.
Las justicias, el Corregidor y el Alcalde, autorizaban a sus lugartenientes los Alguaciles Mayores, para que acompañaran a las personas que deseaban trasladarse dentro y fuera de la capital.
No obstante todas estas medidas de precaución, los robos eran frecuentes, las riñas se sucedían casi a diario y las aventuras callejeras se efectúan al amparo de la oscuridad.
En 1762 el virrey por conducto del Corregidor don Tomás de Rivera Santa Cruz, mandó publicar un bando en el cual se mandaba a los habitantes de la ciudad, colocaran un farol de vidrio en el balcón y puerta de cada casa, con suficiente luz que durara hasta las once de la noche. Muy pocos cumplieron con el bando y los que aceptaron llevarlo a efecto, se notó entre otras cosas, la desigualdad de los faroles y la escasez del alumbrado.
No faltaron proyectos para alumbrar la ciudad, entre estos, don Pedro José Cortés propuso se colocaran teas en las calles y como no fue aceptada su proposición, después dijo que se compraran faroles de cristal mediante una contribución impuesta a las mercancías que entraban a la capital.
Llegó el segundo conde de Revillagigedo y estableció el servicio de alumbrado con un Guarda Mayor, un teniente y un Guardia Farolero, por cada doce faroles, los cuales habían de estar provistos de chuzo, pito, linterna, escalera, alcuza y paños con la obligación de "pasar la palabra" o lo que es lo mismo anunciar la hora y reunirse cuando necesitaran auxilio.
Así nació el sereno, guarda o gendarme, tipo popular que resistía estoicamente el frío, el calor, la lluvia, las impertinencias de los borrachos y útil para los enamorados que ofrecían su escalera para llegar al balcón de su amada.
Los habitantes hubieron de acostumbrarse al grito monótono y necesario: "¡las doce y sereno!" "¡las doce y media y lloviendo!".
El 15 de abril de 1790 se publicó un bando en el cual se prevenía al que rompiera un farol lo pagaría o sufriría la pena de trabajos forzados; el que atentara contra el sereno, doscientos azotes y cinco años de prisión y si el delincuente era español, la pena de tres años en Ulúa o destierro veinte leguas de la ciudad.
A fines del año, el alumbrado se puso por cuenta del Ayuntamiento, sin que los habitantes pagaran contribución. Para el año siguiente, la capital del virreinato contaba con noventa y tres serenos y el costo del alumbrado establecido por Revillagigedo fue de 35,429 pesos más seis reales.

Tomado de: Casasola, Gustavo – 6 Siglos de Historia Gráfica de México 1325-1976. Vol. 2. Editorial Gustavo Casasola, S.A. México, 1978)

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