lunes, 30 de enero de 2023

El día que asesinaron a Cuauhtémoc, 1525

 

(Códice Vaticano A)

El día que asesinaron a Cuauhtémoc

Una historia de traición e intriga


Daniel Díaz

(Estudió Antropología Social y Arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Es investigador iconográfico de la revista Arqueología Mexicana).

No sabemos cuándo nació Cuauhtémoc -algunos señalan que alrededor de 1500- ni exactamente qué edad tenía el 1521. Tampoco se conoce con certeza quiénes fueron sus padres. Lo que sí se sabe es que era de linaje noble, que fue tlatoani de México-Tenochtitlan, que realizó rituales para tomar el gobierno de su pueblo, que no nació en Ixcateopan (Guerrero) como se ha dicho y, lo más relevante, que defendió su ciudad del embate de los conquistadores españoles y sus aliados mesoamericanos.

Se sabe que tuvo una esposa y por lo menos un descendiente de quien se conoce su nombre, Diego de Mendoza Austria y Moctezuma, porque está escrito en los documentos coloniales en los que reclama a la Corona española el otorgamiento de beneficios por ser descendiente de la nobleza mexica; entre otras peticiones solicita que le sean devueltas las tierras y edificios que su padre tuvo porque fue gobernante militar de Tlatelolco, la ciudad gemela de Tenochtitlán y donde vivían los comerciantes.

Difícil de rastrear

No hay ningún documento prehispánico que pueda avalar con certeza los datos genealógicos de Cuauhtémoc. Y no los hay porque seguramente se perdieron durante los combates para derrocar al imperio mexica, en los que se peleó tan duro que los edificios que rodeaban al recinto sagrado de Tenochtitlan, donde estaba "el gran Cu" -como llamaban los españoles al Templo Mayor-, fueron derrumbados por los proyectiles de los cañones de los bergantines y de los arcabuces. A ello se sumó, probablemente, la labor de zapa de los aliados mesoamericanos, es decir, su avance sobre la ciudad resguardados por las edificaciones del lugar, parte principal en la estrategia de sitio que empleo Hernán Cortés para derrotar a los mexicas.

En Tenochtitlan, como se relata en las crónicas, durante la guerra de conquista los extranjeros y sus huestes tomaron edificio por edificio, los cuales derrumbaban casi hasta los cimientos, aparte de que rellenaban los canales que los rodeaban. Por otra parte, sus aliados mesoamericanos, sobre todos los tlaxcaltecas, saqueaban e incendiaban las construcciones. En las crónicas también se habla de que había muchos libros "pintados a su modo" (los códices) que se resguardaban en edificios y fueron sometidos a las llamas.

La defensa de Tenochtitlan

Tras la muerte de Cuitláhuac, Cuauhtémoc fue nombrado tlatoani en 1521 y se encargó de la defensa militar de Tenochtitlan. Una de sus primeras instrucciones fue rodear la ciudad con estacas con punta afilada, pues ya estaba sitiada por agua y tierra. Los bergantines, armados y botados en el lago de Texcoco, impedían el paso de las canoas con guerreros defensores, pero estás finalmente desembarcaban en las calzadas que comunicaban a la isla donde estaba Tenochtitlan con la tierra firme y hacían retroceder a las tropas españolas y sus aliados.

los combates eran duros y los enemigos no podían avanzar. En la ciudad sitiada el agua dulce era escasa, pues los españoles cortaron la que llegaba desde los manantiales del cerro de Chapultepec y el lago de Chalco; de tal modo la que entraba era salina, pues los mexicas habían cortado el dique que impedía que el agua salobre se mezclara con la dulce, con la intención de que los españoles se ahogaran, lo que no ocurrió. Los alimentos también escaseaban.

Ante esta situación, Cuauhtémoc se reunió con sus capitanes de guerra y dijo que sería mejor hacer la paz, dado el sufrimiento de la población por la sed y el hambre. La petición no encontró eco entre sus hombres, quienes pensaron que sí claudicaban serían vasallos de los europeos y sus aliados, por lo que decidieron combatir hasta vencer o morir. El tlatoani contestó que, si más tarde alguno de ellos le pedía que capitularan, lo haría matar. Entonces decidieron, a finales de junio de 1521, ir a Tlatelolco y ahí resistir.

La captura del tlatoani

Los mexicas peleaban a diario e incluso se burlaban de los españoles, a quienes llegaron a ver como gente inculta y salvaje. De los aliados de los conquistadores, principalmente los tlaxcaltecas, decían que estaban perdidos, pues si los derrotaban los harían reconstruir la ciudad, y si resultaban vencedores los españoles, también los harían servirlos y construir casas para ellos.

Los combates continuaron, pero los mexicas estaban hambrientos y enfermos por beber el agua salina del lago, ahora putrefacta por los cadáveres que flotaban en ella. La situación era desesperada e incluso las mujeres pelearon, pero finalmente fueron derrotados y Cuauhtémoc hecho prisionero cuando intentaba salir de Tlatelolco acompañado por otros nobles para reorganizar la lucha, pues aún podía hacerlo, como lo sabían los aliados de los conquistadores. Por eso, cuando entraron finalmente a Tlatelolco, se distinguieron por su crueldad y dureza con los vencidos y mataban lo mismo a las mujeres y niños que a los guerreros que pese a estar debilitados por el hambre y la enfermedad, aún defendían la ciudad.

Los hombres de Cortés, al mando de Pedro de Alvarado, entraron a Tlatelolco el 13 de agosto de 1521 sin encontrar resistencia. Un bergantín, capitaneado por el español García Olguín, dio alcance a la canoa en donde navegaba Cuauhtémoc y la detuvo. Entonces el tlatoani fue llevado ante Cortés y, luego de un discurso pidió ser sacrificado como correspondía a todo guerrero mesoamericano que sabía que su destino sería acompañar diariamente al Sol cuando por las tardes se ocultara, a ese Sol dador de la vida y de todo lo bueno que había en el plano de la tierra, que era el primero de los 13 cielos y también el primero de los infiernos de esa gran construcción que era el universo.

¿Dónde está el oro?

Luego de la derrota de Tenochtitlan, los españoles se retiraron a Coyoacán. Llevaban consigo a Cuauhtémoc y a los nobles con quienes había sido capturado. El hedor de los muertos en la batalla y la destrucción de la ciudad no les permitieron la estancia. Ya en Coyoacán, Cortés se dio cuenta de que el tlatoani seguía mandando y sus órdenes aún se cumplían, además de que su situación como capitán general y conquistador no estaba todavía bien definida ante las autoridades españolas.

De inmediato se iniciaron las obras para la demolición de lo que quedaba en pie de Tenochtitlan para que pudiera hacerse una nueva traza de la ciudad. Mientras tanto, el ejército conquistador comenzó a pedir su parte de las riquezas tomadas como botín de guerra, a lo que Cortés daba largas; en demanda de la cantidad de oro que suponían había en Tenochtitlan, presionaron a su jefe, quien entonces consintió que se torturara a Cuauhtémoc junto con Tetlelpanquétzal, el rey de Tlacopan, (Tacuba).

Los españoles metieron los pies y las manos de los mandatarios en aceite caliente, pero ellos no dijeron lo que se les requería. Hubo la versión de que el oro ya lo habían tomado de las casas de Moctezuma II y que el requisado en la canoa de Cuauhtémoc era todo el que había. Se dice que este último dijo después a Cortés que había hecho que una parte del supuesto oro fuera arrojado en el sumidero de Pantitlán, un lugar del lago en donde se formaba un remolino y en el cual se hacían ofrendas al dios del agua, las cuales se creía eran recibidas por un mítico animal llamado ahuízotl, quién además era el encargado de ahogar a los niños que se ofrendaban y a quiénes pasaban cerca del lugar para que llegaran ante la deidad.

Cómo sea que fuere, la mayor parte de los estudiosos coinciden en que Cortés se quedó con gran parte del oro sin declararlo ante las autoridades. La cantidad de este metal que repartió entre su tropa fue tan poca que los hombres rechazaron lo que les correspondía. Entonces, para mantenerlos activos y evitar una rebelión, los mandó a explorar y colonizar otras regiones de Mesoamérica. Pese a ello, Cortés siempre se dijo pobre -incluso cuando vivía en España, tras la conquista- y se dolía de que el monarca no lo reconociera como el conquistador de una gran extensión de tierra que había puesto bajo su reinado.

La muerte sospechosa

En 1524 el conquistador español Cristóbal de Olid, que había sido enviado a Las Hibueras (Honduras), se rebeló a la autoridad de Cortés. Para someterlo, éste organizó una expedición a lo que llama la provincia de Acallan (en el actual Campeche) en sus Cartas de relación y también obligó a varios de sus antiguos compañeros de armas a que fueran con él. En ese viaje hizo que lo acompañaran Marina -la famosa mujer que la había dado como esclava cuando inició la guerra de conquista-, Cuauhtémoc y Tetlelpanquétzal, entre otros. A estos últimos los llevo porque sabía que, en su ausencia, el otrora tlatoani podia organizar una rebelión y matar a los españoles.

Marcharon el 12 de octubre de ese año. Atravesaron un territorio desconocido para ellos y quizá también para los mexicas, pues no se menciona en las crónicas que los acompañara algún antiguo pochteca o comerciante, personaje que debido a su actividad mercantil podía conocer los caminos hasta el actual territorio de Chiapas. La travesía debió haber sido muy penosa, ya que muchos de los expedicionarios murieron de hambre y -se dice- varios más mordidos por animales ponzoñosos o por las dificultades causadas por lo abrupto del terreno. Si hubiera ido un pochteca con la expedición, quizá no se hubieran perdido en la selva, ante el río Usumacinta, a su paso por el actual Tabasco.

La expedición logró reencontrar la ruta y arribar al pueblo de Tizatépetl, el primero de la provincia de Acallan. Más tarde llegaron a la localidad maya llamada Itzamkánac donde Pax Bolom Acha, hijo del gobernante del lugar, recibió a los españoles. Ahí les construyeron refugios en donde pudiesen descansar los poco más de cien hombres que viajaban con Cortés.

Las crónicas, entre las que está Papeles de Pax-Bolon-Maldonado -éste descendiente de los señores mayas de Itzamkánac-, así como los estudiosos, mencionan que en este pueblo o en uno cercano se dio muerte a Cuauhtémoc y al tlatoani de Tlacopan. Cortés, por su parte, dice que los ahorcaron el 28 de febrero de 1525. En los Papeles se menciona que se les dio muerte por decapitación, se les colgó por los pies de una ceiba y se clavó la cabeza de los dos en uno de los muros de la "casa principal de los ídolos" del lugar.

La decapitación ritual entre los mayas está documentada desde los tiempos del auge de esa civilización. Los indígenas que conocieron los españoles en Itzamkánac eran los descendientes de aquella grandeza, aunque para esta época era una cultura muy cambiada. Por otra parte, la ceiba entre los mayas era la representación del axis mundi, el eje del mundo por el que podían tener comunicación con los dioses del cielo y los del inframundo.

La muerte de Cuauhtémoc está representada en algunos códices. Por ejemplo, en la Tira de Tepechpan se le ve decapitado y amortajado, colgando de una ceiba; arriba de esta escena se ve su cuerpo amarrado como bulto mortuorio, tiene inscrito un grifo con su nombre y consigna el año 1525. En el Códice Vaticano A se le ve colgado, sin decapitar, junto al tlatoani de Tlacopan.

Por qué se dio muerte a Cuauhtémoc y Tetlepanquétzal no está muy claro. Hay versiones de que iban a tradicional a los españoles y, al saberse esto, se les ejecutó. Sin embargo, es muy probable que sólo fuera un pretexto para dar muerte al único hombre que podía organizar una rebelión para vencer o expulsar a los invasores europeos.

Luego de cuatro años de convivencia es muy probable que el tlatoani y los pocos guerreros mexicas sobrevivientes hubieran intuido y aprendido el modo de combatir de sus enemigos: quizá supieron muy pronto que lo álgido de la lucha retrocedían y se escondían entre "el fardaje" (el equipaje militar), pues incluso, cuando la toma de Tenochtitlán, Cortés había proclamado una ordenanza de que habría pena de muerte para quien se escondiera y no diera batalla.

En cambio, los guerreros mexicas habían hecho votos de no retroceder nunca y pelear hasta sucumbir en batalla, o bien, ser sacrificados en honor al Sol, lo cual era la muerte por excelencia para alguien educado en una sociedad que había sobrevivido luchando siempre. Por ello, bien podían ahora organizar un ataque, cuando los aliados de los españoles estaban ya en sus lugares de origen y entregados a la labores agrícolas, como la habían hecho por siglos.

El regreso de Cuauhtémoc

Hoy, en muchos lugares, lo mismo en el sur de México que en el Altiplano Central, hay personas que hacen eco de la tradición oral y afirman que el cuerpo amortajado de Cuauhtémoc estuvo por su pueblo y que se le rindieron honores. Quizá este recuerdo se deba a que los mayas preparaban así el cuerpo de sus gobernantes para honrarlos por varios días; los envolvían en lienzos y cubrían con de esencias y resinas aromáticas para evitar el hedor del cuerpo de quien, se afirmaba, era inmortal.

Asimismo, Cuauhtémoc era de cultura nahua, que acostumbraba incinerar a sus gobernantes y a quienes se habían distinguido en combate. Su cuerpo (si no estaba éste porque el guerrero había sido capturado, sacrificado y comido por el enemigo, se le hacía una representación en madera) se ataba como un bulto, el cual se adornaba con las posesiones de valor del difunto. Luego se le prendía fuego al conjunto y las cenizas se depositaban en una delicada urna, que luego se sepultaba en el arranque y las escalinatas de algún edificio importante, como el templo mayor del lugar.

Si el cuerpo del antiguo tlatoani recibió alguno de esos tratamientos mortuorios y quedó sepultado en una gran cripta maya, o sus cenizas terminaron dentro de un hermoso vaso depositado en un edificio de la zona arqueológica El Tigre, en Campeche -que se ha identificado como el Itzamkánac donde estuvo la mencionada expedición- no es muy relevante. Tampoco si su cuerpo fue llevado hasta Ixcateopan (en el actual estado de Guerrero), el remoto pueblo tepaneca, enemigo de los tenochcas, que además había sido sojuzgado y rendido tributo desde la época del tlatoani Itzcóatl (1427-1440), cuando la nación mexica se convirtió en un verdadero imperio. Lo importante es que tengamos memoria de los personajes que forman parte de la historia de nuestro país.


(Tomado de: Díaz, Daniel. El día que asesinaron a Cuauhtémoc. Relatos e historias en México. Año VIII, número 95, Editorial Raíces, S.A. de C. V., México, D. F., 2016)

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