Carne de Dios
Hay unos seres a caballo entre dos reinos de la naturaleza, que nacen y viven misteriosamente: los hongos. No tienen huesos pero sí carne, una carne vegetal. Mucho la apreciaban los antiguos mexicanos, que llamaron a los hongos empleando una reduplicación de la primera sílaba de nácatl, carne: nanácatl. Los nanacates, o sean los muy carnosos, se comían asados en comales, o cocidos. Su popularidad en el México antiguo la demuestran los muchos nombres de lugar en que entra nanácatl como voz formativa.
[Recuerdo a Nanacamila (“en las sementeras de los hongos”), ranchería de la sierra de Puebla, cerca de Zacatlán; a Nanacamilpa, de análogo significado, cabecera de un municipio tlaxcalteca. En Nacayolo es fácil reconocer un antiguo Nanacayolo, “corazón del hongo”, centro de recolección de setas blancas comestibles que los de Nacayolo expenden todavía en grandes cantidades en el mercado de la vecina Chignahuapan, otro municipio de la sierra poblana. Un monte boscoso y húmedo de la misma sierra cerca de Ayotoxco, ha dado su nombre al rancho de Nanacatepec, “en el cerro de los hongos”; y Nanacatlán, “cerca de los hongos”, es un pueblo totonaco en la sierra septentrional de Puebla; sus montes se caracterizan por la abundancia de las setas.]
En el México prehispánico se conocieron las propiedades medicinales, narcóticas y alucinógenas de ciertos hongos, a los que llamaron cuauhtla nanácatl (hongos de monte”), teonanácatl (“hongo de Dios”). Varios autores traducen teonanácatl como “carne de Dios”.
Motolinía observa: “Y de la dicha manera, con aquél amargo manjar, su cruel dios los comulgaba”. Igual opinión tenía el padre Jacinto de la Serna, que un siglo más tarde afirmó que esos hongos “manifestaban bien el ansia que el Demonio tiene de darse sacramentado en comida y bebida por el amor de Cristo Nuestro Señor que se nos sacramentó debajo de las especies de pan y vino”.
Mística comunión con el hongo
Estaba en lo cierto el padre De la Serna. El hongo divino servía –y todavía sirve en ciertas partes de México- para establecer una mística comunión con las potencias sobrehumanas. Sabemos que el peyote sigue siendo venerado como deidad; también el teonanacate, que provoca estados mentales parecidos a los del cacto mágico, fue divinizado. El nombre de un dios zapoteco era Zoo Patao (de xi-zoo, “borrachera” y pitao, “dios”). El Zoo Patao es el hongo de Dios, el hongo destinado al culto. En la ciudad de Huautla, mientras las demás sustancias que sirven para los actos mágicos se venden abiertamente, los hongos ndi-shi-to, por su carácter sagrado, no son ofrecidos a la venta en el mercado público; más bien, se obsequian a quienes los necesitan.
En la actualidad, los zapotecos llaman al teonanacate beya zoo, “hongo borracho”, que corresponde al mazateco de Eloxochitlán, to-shcá, con el mismo significado. Del ndí-shi-to, nombre de la variedad pequeña de la seta mágica, me dieron en Huautla un significado: “que nace solo”, “que brota espontáneamente”. Los chinantecos tienen dos normas para el teonanacate: a ni “remedio del hongo” y a mo quiá “medio para la adivinación”. El doctor Francisco Hernández (segunda mitad del siglo XVI), al referirse al nanácatl seu fungorum genere, afirma que el teonanácatl es teyhuinti, es decir: “embriagador” en lengua náhuatl. Molina lo llama teyhuinti nanácatl, y menciona otros cuatro “hongos que emborrachan”.
(Tomado de: Tibón, Gutierre - La ciudad de los hongos alucinantes. Panorama Editorial, S. A. México, D. F., 1985)
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