martes, 21 de agosto de 2018

El hongo-flor

El hongo-flor


La descripción más amplia nos la ha dejado Sahagún: “Hay unos honguillos en esta tierra que se llaman teonanácatl, que se crían debajo del heno en los campos y páramos; son redondos y tienen el pie altillo y delgado y redondo. Comidos son de mal sabor, dañan la garganta y emborrachan. Son medicinales contra las calenturas y la gota, hanse de comer dos o tres no más y los que los comen ven visiones y sienten vascas en el corazón; a los que comen muchos ellos provocan a lujuria, aunque sean pocos”.

Hongos que combaten la fiebre y el reumatismo; que hacen ver visiones, permiten conocer el porvenir y hasta producen efectos afrodisíacos. Hongos proteicos: colorados, negros, pardos, color de rosa; pequeños, grandes; delgados, gruesos; divinos y diabólicos.
El hongo-flor, xochinanácatl, “honguillo que embeoda”, se distingue del hongo del llano, ixtlahuacan-nanácatl, y de los demás que menciona el padre Molina; el de rosa, poyomatli, al que alude Sahagún, se mezcla con el tabaco y lo convierte en un estupefaciente; las setas mágicas de los mijes, de los chinantecos, zapotecos y mazatecos… Todo un maremágnum micológico donde tratan de orientarse, en su oficina neoyorquina de Wall Street, Gordon Wasson, y en su laboratorio micológico de París, el insigne Roger Heim.


Estamos en vísperas de descubrimientos en la química analítica y en la farmacodinamia, cuyo alcance aún no podemos medir.


Redescubrimiento y silencio

El redescubrimiento del hongo sagrado de los antiguos mexicanos se inicia en Huautla, hace veinte años. Durante la Semana Santa de 1936, el antropólogo Roberto J. Weintlaner estudiaba la lengua mazateca en la ciudad serrana, cuando un comerciante huauteco, don José Dorantes, le habló de las setas que los brujos emplean para la adivinación y la curación de las enfermedades. Además, le describió las sensaciones que había experimentado él mismo, al ingerir tres cabezas de aquellas setas.

¡El teonanácatl todavía usado en pleno siglo XX! Weitlaner comunicó su hallazgo al botánico capitalino Blas Pablo Reko, quien a su vez envió especímenes del hongo a varios especialistas de los Estados Unidos y al profesor Santesson, de Estocolmo. Desde entonces los dos últimos sabios mencionados han muerto, en tanto que el ingeniero Weitlaner sigue realizando sus investigaciones etnológicas con el entusiasmo de sus años mozos. (su aventura más reciente la vivió a bordo del Stockholm, hace pocos meses, cuando el buque sueco embistió y hundió al Andrea Doria). Dos instituciones muy importantes: el jardín botánico de Nueva York  y el museo botánico de Harvard, identificaron al honguito de Huautla, probablemente el llamado ndí-shi-to, con un agárico ya conocido: el Panaeolus campanulus L. var. Sphintrinus (Bresadola).


Traduzcamos. Campanulus: “en forma de campanita; L.: Linneo (el naturalista que clasificó y bautizó esa seta); var.: varietas, es decir, variedad; sphinctrinus: “que cierra, que aprieta” (esfinterino, en español). Bresadola es el apellido del famoso abad y micólogo italiano, que hace unos cuantos decenios describió más de un millar de especies nuevas de hongos.


El sabio sueco Santesson analizó el agárico de Huautla, hizo una serie de experimentos con ranas, y llegó a la conclusión de que el panaeolus contiene un principio activo que provoca un tipo de narcosis muy parecido a la del famoso ploliuqui (Rivea corymbosa L.), otra planta alucinógena de México. Desde entonces (1939) hubo un silencio completo sobre el pretendido glucoalcaloide del hongo mazateco.


(Tomado de: Gutierre Tibón – La ciudad de los hongos alucinantes)

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