El “puesto” de semillas
A cada iglesita llega su fiestecita. Así, alguna vez, la honradez mediante, llegará la suya al Mezquital, región miserable por causa de la naturaleza y la rapacidad de quienes han sido encargados de ayudar a su progreso. Mientras esta fiestecita no llegue seguirá llegando hasta la presuntuosa vorágine metropolitana la indita del Mezquital, a “instalar” su puesto de semillas.
Todos la hemos visto. Una manta gris sobre el suelo de la acera; sobre la manta pequeños ayates, o cazuelas, o montoncitos solos con la mercancía, y ella enfrente, estática como ídolo, sentada horas y horas entre la tarde violenta de sol y de aire, polvo y moscas; comiendo de la nada, y mamando de la nada que su madre ha comido, un invariable crío.
Viste blusa y falda de manta “hecha garras”, que apenas separa una faja colorida, único adorno.
-¡Vamos a comprar frutas secas!, exclama con alboroto, pero con ironía la gente humilde cuyos dineros no alcanzan a comprar manjares prohibidos. Las frutas secas de mentirijillas son las que la indita –nómada y sedentaria- vende en las esquinas de los barrios apartados y despacha con la parva medida de un platito de juguete. ¡Ah!, son las quebradizas pepitas tostadas; los apiloncillados burritos de maíz; las incitantes aunque tercas habas; los crujientes garbanzos; los enchilados cacahuates; los tímidos huesitos de capulín; el trigueño pinole…
Y la gente pobre, menos pobre que la semillera, se mete al cine a emprender el despreocupado orfeón de sus incansables mandíbulas.
(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)
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