El callejón de López
[Juan de Dios Peza, 1852-1910]
I
Triste, muy triste, sintiendo
dentro del alma ese dardo
que clava artera la envidia
a todo el que tiene mando:
en una tranquila noche
del voluble mes de marzo,
y bajo la espesa sombra
de un fresno, al borde de un lago,
así Hernán Cortés hablaba
con uno de sus soldados
que de lealtad y bravura
mil pruebas le dio en el campo:
-Después de tantas fatigas
y de sacrificios tantos
la suerte nos es adversa
y es menester hacer algo.
-Señor, en todas las cosas
igual que en todos los casos
disponed de mi persona
porque os sirvo con agrado.
-Martín, me habéis conocido
en los peligros más arduos:
como con Dios siempre cuento
ni vacilo ni desmayo,
pero me encuentro afligido
ya que no desesperado.
-Larga es la lista de muertos.
-Y más larga la de obstáculos.
-Para vos son allanables
cuantos encontréis al paso.
-Nunca llegué a suponerme
que el monarca mexicano
tuviera por valladares
inexpugnables los lagos.
-Son extensos y profundos.
-Y carecemos de barcos.
-Ese argumento no debe
ni un instante preocuparos.
-¿Encontráis manera fácil,
mi buen Martín, de evitarlo?
-¡Fácil! no, señor; segura.
-¿Segura decís? -Es claro;
y permitidme que os abra
mi corazón, siendo franco,
muy mal os juzgué en un tiempo.
-¿Por un hecho? -Y muy extraño.
Al pisar la Villa-Rica,
en el porvenir pensando
cabe un peñón imponente
hicisteis hundir las naos.
-Así lo juzgué preciso,
porque si las dejo en salvo
hubieran sido un refugio
de cobardes y de ingratos.
-Bien hecho está lo que hicisteis,
y yo, al reprobar tal acto,
os vi guardar el velamen
y las anclas y los palos,
y burlé vuestro capricho
que aquí con el alma alabo,
puesclo que llamé torpeza
se ha convertido en milagro.
-¿Milagro decís?
-No hay duda.
Sólo Dios ve los arcanos
que en lo futuro se esconden.
y es Él quien vierte sus rayos
para que pueda sin ojos
el pensamiento mirarlos.
-Explicad vuestras palabras.
-Muy claras son, don Hernando.
¿Quién al tocar esta tierra
y en un puerto tan lejano,
de guardar anclas y velas
os dio consejo tan sabio?
Hoy al ver estas lagunas
vuestra previsión acato,
y puesto que disponemos
de numerosos esclavos
y que tienen estos bosques
material hermoso y vasto,
nada tamáis ni os arredre,
fabricaré nuevos barcos,
servirá cuanto guardasteis
para bien aparejarlos,
y así que Dios lo disponga
y nos deis vuestra mandato
flotarán sobre estas olas
y a su impulso soberano
ganaréis a vuestra antojo
para el rey nuevos vasallos.
-Mucho hicisteis, Martín López,
por Castilla, y a mi lado,
pero lo que haréis, os juro,
que colmará mi entusiasmo;
ejecutad bien y pronto
lo que me habéis puesto en claro,
y Dios y el Rey darán premio
a tan ejemplar trabajo.
Disponed sin tasa alguna
de recursos y de brazos,
que la gloria de Castilla
Encomiendo en vuestras manos.
Y dichas estas palabras,
aquel alto abandonaron,
siguiendo distintos rumbos
don Martín y don Hernando;
éste volviendo su rostro
hacia un punto muy lejano,
conjunto de pobres chozas
en el confín solitario,
dijo exhalando un suspiro,
lento, profundo y amargo:
"Allí en Coyoacán quisiera
un religioso descanso
donde ajeno a toda pompa
ir a llorar mis pecados,
que en el peso no son leves
y en el número son largos".
Y entróse luego a su tienda,
mientras en el cielo diáfano
brillaba en ella la luna
retratándose en el lago.
II
No se hundió por veinte veces
el indio sol en ocaso
sin mirar a Martín López
dar comienzo a su trabajo.
Mandó Cortés que a Tlaxcala
fuese Sandoval Gonzalo
seguido de escopeteros
con algunos de a caballo;
y con muchos tlaxcaltecastlaxcaltecas
y con doscientos soldados,
llevando en su compañía
a los mancebos de Chalco,
para que a viejos y a niños
pusieran doquier en salvo,
y se trajeran de prisa,
sobre sus hombros cargando,
cuanto menester hubiera
López para hacer los barcos.
Y estas órdenes cumplidas
tales como se mandaron,
vieron se cruzar en breve
por los montes y los campos
más de ocho mil tlaxcaltecas
seguidos por otros tantos,
con madera y tablazones
que en Soltepec levantaron;
y que no bien depusieron
su carga ante don Hernando,
con grande peligro al verse
en tierra de mexicanos,
ofreciéronle gustosos
aportar nuevo recaudo
siempre que los ballesteros
les custodiaran el paso.
Con bastimento tan rico
López comenzó su encargo;
Diego Hernández, Andrés Nuñez
y Ramírez ayudaron
con Aguilar hasta el punto
en que las naves se armaron,
y puestas jarcias y velas
y los mástiles clavados
tres veces ponerles fuego
los de Tenoch intentaron.
Abrióse al fin ancha zanja,
y millares de vasallos
los vistosos bergantines
en la honda cuenca dejaron.
Buscó luego entre los suyos
hombres de mar don Hernando,
gentes que fueran nacidas
en Triana, Moguer o Palos
y mandóles que remasen
por más que fueran hidalgos.
Y diéronle así a las velas
con pompa las nuevas naos,
con banderas, estandartes,
flechas, macanas y arcos,
ente vivas estruendosos
a los reyes castellanos,
que lombardas y arcabuces
con las salvas saludaron.
Las ondas claras y tibias
del virgen hermoso lago
se estremecieron sintiendo
los bergantines hispanos,
y las gotas que en las quillas
como lágrimas temblaron
eran la expresión del duelo
de un imperio conquistado.
Al ver los trece bajeles
sobre las aguas surcando
con las jarcias y el velamen
que Cortés consigo trajo,
cuentan veraces testigos
que el conquistador ufano
le dijo así a Martín López
estrechándolo en su brazos:
"Os deberé la victoria,
porque vos me habéis salvado
negando toda defensa
a los reyes mexicanos".
III
De tan memorables hechos
transcurridos unos años,
sólo vivió Martín López
en un solar apartado;
mirábanle con respeto
por ser hombre de trabajo
y porque no trató nunca
a los indios como esclavos.
Algunos de los caciques
que lo encontraban al paso
murmuraban con tristeza
en sus desgracias pensando:
"Sin tan hábil marinero
Cortés no hubiera ganado,
que más que los arcabuces,
las lanzas y los caballos
el triste fin del imperio
López logró con sus barcos".
El marinero ausentóse,
pero jamás lo olvidaron,
que al sitio donde habitara
sin honores y sin rangos
bautizaron con su nombre
los propios y los extraños.
[Juan de Dios Peza, 1852-1910]
I
Triste, muy triste, sintiendo
dentro del alma ese dardo
que clava artera la envidia
a todo el que tiene mando:
en una tranquila noche
del voluble mes de marzo,
y bajo la espesa sombra
de un fresno, al borde de un lago,
así Hernán Cortés hablaba
con uno de sus soldados
que de lealtad y bravura
mil pruebas le dio en el campo:
-Después de tantas fatigas
y de sacrificios tantos
la suerte nos es adversa
y es menester hacer algo.
-Señor, en todas las cosas
igual que en todos los casos
disponed de mi persona
porque os sirvo con agrado.
-Martín, me habéis conocido
en los peligros más arduos:
como con Dios siempre cuento
ni vacilo ni desmayo,
pero me encuentro afligido
ya que no desesperado.
-Larga es la lista de muertos.
-Y más larga la de obstáculos.
-Para vos son allanables
cuantos encontréis al paso.
-Nunca llegué a suponerme
que el monarca mexicano
tuviera por valladares
inexpugnables los lagos.
-Son extensos y profundos.
-Y carecemos de barcos.
-Ese argumento no debe
ni un instante preocuparos.
-¿Encontráis manera fácil,
mi buen Martín, de evitarlo?
-¡Fácil! no, señor; segura.
-¿Segura decís? -Es claro;
y permitidme que os abra
mi corazón, siendo franco,
muy mal os juzgué en un tiempo.
-¿Por un hecho? -Y muy extraño.
Al pisar la Villa-Rica,
en el porvenir pensando
cabe un peñón imponente
hicisteis hundir las naos.
-Así lo juzgué preciso,
porque si las dejo en salvo
hubieran sido un refugio
de cobardes y de ingratos.
-Bien hecho está lo que hicisteis,
y yo, al reprobar tal acto,
os vi guardar el velamen
y las anclas y los palos,
y burlé vuestro capricho
que aquí con el alma alabo,
puesclo que llamé torpeza
se ha convertido en milagro.
-¿Milagro decís?
-No hay duda.
Sólo Dios ve los arcanos
que en lo futuro se esconden.
y es Él quien vierte sus rayos
para que pueda sin ojos
el pensamiento mirarlos.
-Explicad vuestras palabras.
-Muy claras son, don Hernando.
¿Quién al tocar esta tierra
y en un puerto tan lejano,
de guardar anclas y velas
os dio consejo tan sabio?
Hoy al ver estas lagunas
vuestra previsión acato,
y puesto que disponemos
de numerosos esclavos
y que tienen estos bosques
material hermoso y vasto,
nada tamáis ni os arredre,
fabricaré nuevos barcos,
servirá cuanto guardasteis
para bien aparejarlos,
y así que Dios lo disponga
y nos deis vuestra mandato
flotarán sobre estas olas
y a su impulso soberano
ganaréis a vuestra antojo
para el rey nuevos vasallos.
-Mucho hicisteis, Martín López,
por Castilla, y a mi lado,
pero lo que haréis, os juro,
que colmará mi entusiasmo;
ejecutad bien y pronto
lo que me habéis puesto en claro,
y Dios y el Rey darán premio
a tan ejemplar trabajo.
Disponed sin tasa alguna
de recursos y de brazos,
que la gloria de Castilla
Encomiendo en vuestras manos.
Y dichas estas palabras,
aquel alto abandonaron,
siguiendo distintos rumbos
don Martín y don Hernando;
éste volviendo su rostro
hacia un punto muy lejano,
conjunto de pobres chozas
en el confín solitario,
dijo exhalando un suspiro,
lento, profundo y amargo:
"Allí en Coyoacán quisiera
un religioso descanso
donde ajeno a toda pompa
ir a llorar mis pecados,
que en el peso no son leves
y en el número son largos".
Y entróse luego a su tienda,
mientras en el cielo diáfano
brillaba en ella la luna
retratándose en el lago.
II
No se hundió por veinte veces
el indio sol en ocaso
sin mirar a Martín López
dar comienzo a su trabajo.
Mandó Cortés que a Tlaxcala
fuese Sandoval Gonzalo
seguido de escopeteros
con algunos de a caballo;
y con muchos tlaxcaltecastlaxcaltecas
y con doscientos soldados,
llevando en su compañía
a los mancebos de Chalco,
para que a viejos y a niños
pusieran doquier en salvo,
y se trajeran de prisa,
sobre sus hombros cargando,
cuanto menester hubiera
López para hacer los barcos.
Y estas órdenes cumplidas
tales como se mandaron,
vieron se cruzar en breve
por los montes y los campos
más de ocho mil tlaxcaltecas
seguidos por otros tantos,
con madera y tablazones
que en Soltepec levantaron;
y que no bien depusieron
su carga ante don Hernando,
con grande peligro al verse
en tierra de mexicanos,
ofreciéronle gustosos
aportar nuevo recaudo
siempre que los ballesteros
les custodiaran el paso.
Con bastimento tan rico
López comenzó su encargo;
Diego Hernández, Andrés Nuñez
y Ramírez ayudaron
con Aguilar hasta el punto
en que las naves se armaron,
y puestas jarcias y velas
y los mástiles clavados
tres veces ponerles fuego
los de Tenoch intentaron.
Abrióse al fin ancha zanja,
y millares de vasallos
los vistosos bergantines
en la honda cuenca dejaron.
Buscó luego entre los suyos
hombres de mar don Hernando,
gentes que fueran nacidas
en Triana, Moguer o Palos
y mandóles que remasen
por más que fueran hidalgos.
Y diéronle así a las velas
con pompa las nuevas naos,
con banderas, estandartes,
flechas, macanas y arcos,
ente vivas estruendosos
a los reyes castellanos,
que lombardas y arcabuces
con las salvas saludaron.
Las ondas claras y tibias
del virgen hermoso lago
se estremecieron sintiendo
los bergantines hispanos,
y las gotas que en las quillas
como lágrimas temblaron
eran la expresión del duelo
de un imperio conquistado.
Al ver los trece bajeles
sobre las aguas surcando
con las jarcias y el velamen
que Cortés consigo trajo,
cuentan veraces testigos
que el conquistador ufano
le dijo así a Martín López
estrechándolo en su brazos:
"Os deberé la victoria,
porque vos me habéis salvado
negando toda defensa
a los reyes mexicanos".
III
De tan memorables hechos
transcurridos unos años,
sólo vivió Martín López
en un solar apartado;
mirábanle con respeto
por ser hombre de trabajo
y porque no trató nunca
a los indios como esclavos.
Algunos de los caciques
que lo encontraban al paso
murmuraban con tristeza
en sus desgracias pensando:
"Sin tan hábil marinero
Cortés no hubiera ganado,
que más que los arcabuces,
las lanzas y los caballos
el triste fin del imperio
López logró con sus barcos".
El marinero ausentóse,
pero jamás lo olvidaron,
que al sitio donde habitara
sin honores y sin rangos
bautizaron con su nombre
los propios y los extraños.
(Tomado de: Peza, Juan de Dios – Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la Ciudad de México. Prólogo de Isabel Quiñonez. Editorial Porrúa, S.A. Colección “Sepan cuantos…”, #557, México, D.F., 2006)
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