jueves, 9 de diciembre de 2021

La Expedición Punitiva I

 


Una nerviosidad callada, pero tirante como la rienda que detiene al caballo en pleno galope, mantenía alerta el espíritu de todos los mexicanos en aquellos días de la Expedición Punitiva. Cualquier incidente trocaba la inquietud en agresividad, y nuevos incidentes, que por fortuna fueron de menor importancia que el de Columbus, parecían agravar la situación internacional.

El 7 de mayo, doscientos villistas, al mando de Plácido Villanueva, que venían operando en la región de Chihuahua, frontera de Coahuila, cruzan a caballo el Río Bravo en las inmediaciones de Ojinaga e invaden el distrito de Big Ben. En su marcha hacia la población de Glenn Springs pasan por el rancho de un tal Deemer, y lo incendian. Después encuentran una patrulla de nueve soldados americanos con los que se baten, dando muerte a cuatro y haciendo dispersarse al quinteto restante. Combaten en Glenn Springs y en Boquillas con fuerzas irregulares de Texas, en poder de las cuales dejan prisioneros a Natividad Álvarez, dorado villista, y a otros dos. Y nuevamente sus caballos baten las aguas bullentes y lodosas del río internacional. Están otra vez en México, pero como Pershing tras Villa, ha entrado tras ellos a territorio nuestro una columna de caballería del ejército regular, al mando del coronel Langhorne. Sigue hasta Cerro Blanco las huellas aún frescas de los invasores de Big Ben, y se detiene y retorna a su base al saber que su compañero, el coronel Sibley, ha dado alcance a Villanueva y lo ha castigado. No hay el interés de llevar al rebelde preso en exhibición. Langhorne considera que el honor está satisfecho y abandona territorio mexicano.

Poco después, el 17 de junio, otra partida de villistas, al mando de De la Rosa y Pedro Vino, penetra en San Benito, Texas, incendiando y matando. Es la tercera vez que los villistas invaden territorio de los Estados Unidos, y tras ellos pasa el río una caballería al mando del general Parker. Citados para reunirse en algún lugar secreto muchos kilómetros adelante, los asaltantes se dispersan y las tropas americanas se devuelven a su base sin haber encontrado enemigo.

No son solamente los villistas los que se enfrentan con los americanos; en todas partes se siente un agresivo malestar. El 18 de junio tira sus anclas frente a Mazatlán el crucero norteamericano Annapolis. Una lancha con oficiales y soldados se acerca a tierra para hacer la acostumbrada visita de cortesía. Pero una masa de pueblo que se ha reunido en el muelle da voces intimando a los marinos a que no desembarquen. Sus palabras no son comprendidas y los americanos tocan tierra. Inmediatamente se oyen varios disparos por diferentes partes. Es el pueblo, que está haciendo fuego contra los que considera compañeros de aquellos hombres que cubren una parte del territorio nacional, allá por Chihuahua. Dos marineros mueren, tocados por las balas. Y los oficiales y el resto de la marinería, que han llegado con buena voluntad y sin armas, se rinden. Con gran prudencia procedieron las autoridades mazatlecas poniendo inmediatamente en libertad a los prisioneros, y atribuyendo la responsabilidad del incidente a un japonés ebrio de quien se afirma que hizo los disparos. El Annapolis, que pudo haber destruido medio Mazatlán con el fuego de sus enormes cañones, levanta sus anclas y se va en silencio.

Esa misma noche, el cabo de resguardo de la Aduana de Ciudad Juárez, Enrique Gallardo, estaba de vigilancia frente a un vado que hay cerca de Isleta. Ve venir a un sargento americano montado en su caballo frisón, armado y ebrio. Ya está dentro de territorio mexicano, cuando Gallardo le pregunta qué deseaba allí... El sargento contesta con palabras groseras que le dicta el alcohol. Afirmándolas, de su pistola parten dos disparos sin rumbo. Gallardo echa mano a su arma y hace fuego tres veces. El sargento quedó muerto.

Esto hubiera bastado, quizá, para que un Teodoro Roosevelt hubiera invadido México, declarando la guerra. Pero el pacifista Woodrow Wilson media y comprende que México no tiene la culpa de todo lo que está pasando. Es un estado de ánimo que él mismo ha provocado con el envío de la Expedición Punitiva. Y lejos de llevar las cosas a terreno más peligroso, acepta la celebración de nuevas pláticas que concierten el retiro de Pershing y sus soldados. En Atlantic City, la guerra entre las dos naciones es evitada definitivamente.

Gloria auténtica

El 21 de junio, mexicanos y americanos se baten en Carrizal. Félix U. Gómez, hombre del pueblo, humilde y hasta entonces ignorado a pesar de su grado de general, riega la tierra con su sangre. Balas americanas le han atravesado el pecho y muere obedeciendo la orden de no dejar pasar a las tropas expedicionarias de la línea que marcan las guarniciones mexicanas. Bella muerte que le trae la gloria, gloria auténtica y limpia, brillante y eterna del soldado que defiende su patria. Sacrificio modesto, sin desplantes teatrales ni frases huecas. Félix U. Gómez, casi desconocido para medio México y casi olvidado por el otro medio, contempla, desde su pedestal de héroe clásico, cómo sus compatriotas cantan loas a muchos que tuvieron menos méritos que él. Y vuelve la tristeza de su mirada de indio al desierto chihuahuense, claro, lleno de sol, donde ya no levantan polvo los caballos de la Punitiva.

El primero de junio, montado en burro, seguido de nueve hombres a pie, Francisco Villa atraviesa las calles de San Juan Bautista, Durango. Ahí le están esperando Francisco Beltrán, el general yaqui de cara rojiza y brillante como un perol de cobre Nicolás Fernández y Ernesto Ríos y Gorgonio Beltrán, y todos los demás dorados que, comandando cada uno su columna, han cruzado disparos con los americanos.

Candelario Cervantes no llega. Un día, con veinte hombres, asaltó una tropa americana que patrullaba el camino al sur de Namiquipa, haciéndola retirarse. Pero una sección mayor salió luego a perseguirle. Y Cervantes quedó en tierra, ensangrentado y rígido.


(Tomado de: F. Muñoz, Rafael - La Expedición Punitiva. Cuadernos Mexicanos, año I, número 19. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f) 

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