lunes, 22 de septiembre de 2025

Entrevistando a las pirámides 1 Cuicuilco

 


Entrevistando a las pirámides. 1 Cuicuilco 


En general, es difícil, por no decir que imposible, mantener una conversación con pirámides. Pero quien decida abrazar la profesión de entrevistador de pirámides, no debe arriesgarse ante esta imposibilidad, sino pensar que una pirámide siempre tiene algo que decir, unas veces porque acaba de hacerse un descubrimiento en su interior, otras porque es ella misma, la pirámide, la que acaba de ser descubierta. 

En Egipto, país que hace la competencia a México en materia de pirámides, no puede darse el caso de que se descubran pirámides enteras. Las pirámides egipcias emergen sin cambios sobre el desierto y no pueden meter la cabeza entre la arena, a pesar de tenerla tan cerca. No pueden, ni quieren. Al fin y al cabo, su razón de ser no es otra cosa que la de destacarse sobre la infinita línea horizontal, elevándose de la superficie al espacio.

Otra cosa es el Anáhuac, el valle de la meseta de México. Aquí no se construyó sobre arena ni sobre solares lisos y llanos. Al lado de los cerros y montañas artificiales, que son las pirámides, se levantan las pirámides naturales, que son los cerros y montañas. Esta vecindad salvó la vida a muchas pirámides artificiales cuando los hombres de la cruzada antipiramidal se echaron al campo en su busca para demolerlas. En muchos sitios, los volcanes se adelantaron a camuflarlas antes de que llegaran al euro al país los europeos destructores de templos, enterrándolas entre lava.

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Tal fue el caso de la pirámide circular de Cuicuilco, que es el edificio más antiguo de América de que hasta hoy se tiene noticia. Por eso es la primera que va a visitar el entrevistador en su extensa y extraña finca formada por bloques basálticos y piedras de lava, el Pedregal, paraje situado en la periferia de la Ciudad de México, por el lado sur. 

lo primero que hacemos es preguntar a la pirámide cuántos años tiene. Ella no despega los labios. Pero el vigilante cuya choza se recuesta a la sombra del coloso, me asegura que su pirámide tiene ocho mil años. Los geólogos han estudiado las capas volcánicas sobre las que se asienta y sus conclusiones corroboran el dato patriótico-local del vigilante: ¡8,000 años!

-¿Cuánto quedó usted enterrada bajo la erupción del Ajusco? -pregunta el entrevistador, mirando hacia arriba. 

-No fue el Ajusco -brama una voz desde lo alto. 

El Ajusco es el gigante montañoso que se yergue en uno de los bordes del Valle de México, meta dominguera de los alpinistas (que en Latinoamérica debieran llamarse más bien andenistas, ya que los Andes son los Alpes de este continente). Fue en otro tiempo un volcán muy activo y, según declaran a los periódicos los montañistas que a veces lo visitan, parece dar leves señales de vida de cuando en cuando. Con este motivo se trae a colación el pasado volcánico del Ajusco. Ya destruyó una vez la capital, emplazada entonces al sur del sitio que hoy ocupa. Lo único que se conserva de ella es el mar de piedras bajo el que quedó sepultada, el Pedregal y el autor de la hazaña: el Ajusco. 

-No fue el Ajusco -dice quien lo sabe al entrevistador 

-¿No fue El Ajusco? ¿Quién fue, entonces?

-El Xitle.

El Xitle es aquella montañita que se alza con traza inofensiva al otro lado de la carretera. Su copia hecha por la mano del hombre, la pirámide, lo acusa con voz tonante y cargada de odio de haber querido sepultarla hace muchos siglos entre lava ardiente. 

En su ataque de furia, el Xitle vomitó mucha bilis contra la falsa montaña situada debajo de él: el campo de lava que rodea a la pirámide tiene un espesor de diez metros. La pirámide se salvó de perecer ahogada gracias a que había sido construida sobre un cerro de siete metros de alto; la lava sólo le llegó a las rodillas. 

Tal vez los habitantes de la comarca y fieles de su templo, si hubiera quedado alguno vivo, habrían podido librarla de este pétreo grillete. Perecieron todo sepultados bajo una lápida de diez metros de espesor. Algunos fueron a refugiarse a la pirámide, intentaron escalarla hasta lo alto, pero las emanaciones del azufre y la humareda de la piedra en fusión lo envolvía todo. Y aún suponiendo que alguno hubiese podido sobrevivir a la lluvia de fuego, habría perecido de hambre y de sed, pues, ¿quién hubiera podido atravesar el mar de lava ardiente para ir en su auxilio? 

Antes de que las oleadas de lava se enfriaran y se convirtieran en estos negros círculos concéntricos de piedra sobre los que hoy nos movemos, pasaron siglos, tal vez milenios. ¿Cuántos? La pirámide lo sabe, pero después de haber lanzado su acusación contra el Xitle, su asesino, se encierra de nuevo en un pétreo y ceñudo silencio.


(Tomado de Kisch, Egon Erwin. Descubrimientos en México. Volumen 1. Prólogo de Elisabeth Siefer. Edición aumentada. Colección ideas, #62. EOSA, Editorial Offset, S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 1988)

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