jueves, 27 de noviembre de 2025

Dení Prieto Stock

 


Adela Cedillo

(Panel 1.- Testimonios de las Fuerzas de Liberación Nacional)


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La historia de la historia que les voy a contar comenzó 31 de julio de 1995. Ese día, con la lectura del semanario "Proceso" descubrí de forma sorpresiva el caso de una joven de 19 años que en 1974 perdió la vida en un enfrentamiento con el ejército en San Miguel Nepantla, un pueblo bello pero casi irrelevante en la geografía nacional, de no haber sido porque cobijó el nacimiento de la hermana Juana Inés de la Cruz. A lo largo de ocho años la importancia de ese suceso en mi concepción del cambio social y las relaciones entre la ética y la política han sido invaluable. Por ello siento que tengo una especie de deuda personal con Dení Prieto Stock y la generación de revolucionarios de la que formó parte. 

A casi 30 años de la caída de las Fuerzas de Liberación Nacional, sirva esta semblanza como un pequeño homenaje a la memoria de los masacrados en Nepantla: Alfredo Zárate Mota, Mario Sánchez Acosta, Anselmo Ríos Ríos, Carmen Custodio Ponce y Dení Prieto Stock, quienes como muchísimos otros jóvenes de la época, desearon que el país en el que ahora estamos fuese más libre, democrático, igualitario y justo. 

El verdugo y la flor 

En el Archivo General de la Nación se encuentran fotografías del cadáver de Dení. En una de ellas, tomadas desde un ángulo forense típico, se puede apreciar el cuerpo inerte de una pequeña joven con los ojos y la boca entreabierta y salpicaduras de sangre en la cara, mismos que contrastan intensamente con la blancura de la piel. Pero lo más impactante es la inmensa aureola de sangre que corona una cabeza que albergó muchas de las ideas más nobles que ha concebido la humanidad. No puedo apartar esta perturbadora imagen de mi cabeza, como tampoco la de los otros cuatro caídos. A ninguno le perdonaron el tiro de gracia. Las expresiones del dolor de los rostros reflejan que la vida les fue arrancada mientras intentaban asimilar lo que ocurría. Murieron con esa incertidumbre y ahora a otros les toca valorar si su sacrificio tuvo sentido o no. En lo personal, no creo, como lo creían los sobrevivientes de las FLN, que la sangre derramada fuese el abono de una revolución. La luchas sociales tienen resultados concretos y en el caso de la guerrilla mexicana, éstos deben rastrearse entre la reforma política de 1978 y el levantamiento zapatista de 1994

Por lo pronto, creo que las personas, ajenas o no a ese proceso, tenemos la obligación de perpetuar la guerrilla, pero ahora contra el olvido. El estado mexicano en los setentas creyó que al exterminar físicamente a los disidentes había ganado la guerra. Pero la dictadura de partido y el poder desmesurado de los genocidas llegaron a su fin. Hoy por hoy, algunos de los ejecutores de la represión están prófugos de la justicia. En cambio, nosotros estamos aquí para recordar que los caídos en la lucha tienen aún algo que decirnos y no es poco lo que les debemos. 

Por ello hoy deseo evar a Dení mucho más allá de la macabra foto que exhibieron sus asesinos como trofeo ante sus amos. Porque un verdugo puede pisotear una flor, pero jamás destruirá su esencia. 

Vida familiar 

El abuelo de Deni Prieto fue un revolucionario zapatista que a lo largo de su vida se convertiría en uno de los principales promotores del anticomunismo en América Latina. Su nombre era Jorge Prieto Laurens. Originario de San Luis Potosí, participó en la rebelión Delahuertista, jefaturó un partido de corte fascista y fundó el Frente Popular Anticomunista de México

Este furibundo anticomunista, antisoviético, fascista y antisemita, al lado de la coahuilense Felisa Argüelles procreó varios hijos. El primogénito fue Carlos, quien tras concluir sus estudios en Estados Unidos, regresó a su país natal casado con una neoyorquina judía de origen ruso y filiación comunista de nombre Evelyn Stock. Este debió haber sido un castigo mayor para un hombre que había incluido a su propio sobrino, Luis Prieto (activo militante del Movimiento de Liberación Nacional), en la lista de comunistas poderosos peligrosos. 

Carlos Prieto, de oficio dramaturgo, fue convertido al comunismo por su esposa y pidió su ingreso al PCM, más estaba en la lista de los vetados por portar genes reaccionarios. Para ser consecuente con sus ideas, no tuvo más opción que militar en el partido de los "poquitos", el POCM, en el que estuvo hasta su disolución. 

La familia Prieto Stock tuvo dos hijas a las que bautizaron con nombres indígenas: Ayari y Dení, que significa 'flor" en otomí; ella nació un 8 de septiembre de 1955 en la ciudad de México. Las niñas viajaban mucho a Estados Unidos para visitar a su familia neoyorquina, formándose así en un ambiente bilingüe y multicultural. Además, con el objeto de "no alejarlas de la vida mexicana auténtica", a decir del padre, cursaron la primaria y la secundaria en la escuela públicas de la colonia Roma. En resumidas cuentas, Dení tuvo una formación atípica en el seno de una familia clasemediera, atea, de corte intelectual, ética liberal, e ideología de izquierda. 

Dení heredó el amor al teatro de su padre y desde pequeña montó obras. A los 12 años, obsesionada con sus raíces eslavas y anglosajonas, más que con las francesas, leía a escritores rusos, británicos y estadounidenses. Por supuesto, no descartaba a los autores mexicanos. Sor Juana Inés de la Cruz era una de sus poetas favoritas. A sus 14 años, Dení tenía la osadía de calificar a los estructuralistas franceses de "inteligentes pero confundidos". Era, sin lugar a dudas, una excelente estudiante, aunque la academia no era su prioridad. Extrañamente tampoco se inclinó por la actuación, pese a su belleza física. Además, era una chica que disfrutaba más de la música de protesta que del rock de moda. Desde luego, no era una "asceta" y prueba de ello es que tuvo muchos novios. Sin embargo, todas sus preocupaciones las canalizó rápidamente hacia las cuestiones sociales. Su hermana mayor, Ayari, estudiaba en la preparatoria 6, la cual aportó su cuota de muertos en el movimiento estudiantil del '68. Esto contribuyó a que los padres, preocupados por la seguridad de la hija menor, metieran a Dení al Colegio Madrid, en contra de su voluntad. 

Dení, que convivía con los hijos de otros intelectuales de izquierda del barrio de Coyoacán pero que jamás había militado en las Juventudes Comunistas ni en ninguna otra organización, comenzó prontamente a realizar trabajo social entre comunidades campesinas del Estado de México y Tlaxcala. Su brigada impartía clases, ayudaba a la construcción de obras públicas en comunidades e instruía a la gente en la crianza de conejos y el cultivo de soya. Por estas actividades, las brigadistas fueron a dar a la cárcel en Toluca. Dení obligó a su padre a pagar las mordidas y las fianzas de todos sus compañeros para obtener su liberación.

Paso a la clandestinidad 

De repente, en un momento incierto del año 1973, Dení fue reclutada por las Fuerzas de Liberación Nacional por Julieta Glockner, responsable de la red urbana del Distrito Federal. En un principio Dení debió pertenecer a las células de Estudiantes y Obreros en Lucha (EYOL), realizando tareas sencillas, como recolección de medicamentos, ropa, víveres, etc. Más tarde, la caída de Salvador Allende, entre otras cosas, reafirmó su opción por la lucha desde la clandestinidad. El tío de Dení, Luis Prieto, la vio por última vez en una manifestación de protesta por los sucesos de Chile, en septiembre de 1973. Ella le dijo que la oligarquía no dejaría el poder más que a balazos. Al siguiente mes, sobreponiéndose a su aversión por la sangre y el fuego, Dení se fue de su casa para irse a vivir al cuartel general de las FLN en Nepantla, Estado de México

La versión familiar de su ausencia señalaba que Dení haría estudios de enfermería a los Estados Unidos, pero tanto los padres como su hermana sabían que se integraría a la lucha como profesional de tiempo completo y le dieron todo su apoyo moral y económico, en la medida de sus posibilidades. Es pertinente traer a colación que las FLN eran la única organización político-militar que se autofinanciaba con las contribuciones mensuales de sus integrantes, por lo que no realizaba asaltos ni secuestros. 

De este modo, a una edad en que los jóvenes preparatorianos deben escoger una carrera universitaria, Dení eligió el oficio de revolucionaria. Como explica en su carta de despedida a sus padres, no era una decisión espontánea producto de un exceso de romanticismo revolucionario, aventurismo suicida o desesperación extrema. Ella perteneció a la casta que no podía vivir con el peso de las masacres, la impunidad, el autoritarismo, y la injusticia social sobre sus espaldas. Cumplió así con un imperativo moral fijado por las circunstancias, por lo que entre las personas que la conocieron, su vida se convirtió en un extraordinario y admirable ejemplo de congruencia, valor y dignidad. En un error de apreciación están los que opinan que fue utilizada como carne de cañón por los líderes extraviados de una organización delirante. Ella nunca dejó de saber lo que estaba haciendo, hasta el último minuto de breve pero intensa existencia. 

En el cuartel de Nepantla Dení convivió con 2 mujeres, Carmen Custodio y Gloria Benavides y 4 hombres, Raúl Morales, Alfredo Zárate, Mario Sánchez y Anselmo Ríos. A decir de Gloria, el machismo feroz de los hombres las llevó a hacer un frente común para lograr la equidad de género, lo cual obtuvieron en un lapso muy corto. También en tiempo récord se dieron los enamoramientos. Era inevitable en virtud de la estructura militar de la que formaban parte, en la que estaba terminantemente prohibido establecer contactos con el exterior, leer periódicos, escuchar las noticias. Era una especie de reality show pero clandestino y con fines revolucionarios. 

Los muchachos, que en su mayoría no habían usado sus manos más que para abrir libros y mover la pluma, aprendieron de forma autodidacta cómo manejar armas, curtir pieles, criar ganado, moler trigo, etc. El resto del tiempo no tenían qué hacer más que verse las caras y escucharse. En esas condiciones Dení se enamoró del regiomontano Raúl Sergio Morales Villarreal, quien fuera uno de los fundadores de las FLN en el lejano 1969. Él era 10 años mayor que ella y había estudiado economía. Anteriormen, Raúl había estado casado con la también regiomontana Elisa iIinia Sáenz Garza, quien se convertiría en un mito en las comunidades indígenas de las cañadas de Chiapas, al ser la primera mujer zapatista detenida-desaparecida como consecuencia de un enfrentamiento de las FLN con el ejército en marzo de 1974. 

A finales de noviembre de 1973, Dení y Raúl, quienes se conocían simplemente como María Luisa y Martín, contrajeron matrimonio por las leyes revolucionarias de las FLN, con la autorización del responsable Alfredo Zárate, alias Salvador o Santiago, que hacía tiempo también se había desposado con Carmen (a) Sol en la clandestinidad. Poco más tarde, Gloria (a) Ana y Mario Sánchez (a) Manolo hicieron lo propio. Anselmo (a) Gabriel, no tuvo más remedio que construir un cuarto apartado del de las nuevas parejas. 

Esta vida de ermitaños no estaba diseñada para durar mucho tiempo. Los altos mandos de la organización habían programado el traslado de algunos cuadros a otras casas de seguridad urbanas o incluso al Núcleo Huerrillero Emiliano Zapata, ubicada en el rancho El Chilar, anexo a la finca El Diamante, Chiapas. Sin embargo, una serie de crasos errores en el sistema de seguridad de la organización produjo la caída de las principales casas de seguridad de las FLN. La casa habitada por Napoleón Glockner y Nora Rivera en Monterrey fue descubierta y sus ocupantes fueron torturados salvajemente durante toda la noche del 13 de febrero para que señalaran la ubicación de otras casas de seguridad. Durante el amanecer del día 14, elementos de la Policía Judicial, auxiliados con miembros de la Policía Militar, arribaron a Nepantla. Guiados por Nora Rivera (Glockner, despedazado por la tortura, permanecía en el interior de un coche), judiciales y militares llegaron a la casa por ella señalada, en el circuito Sor Juana Inés de la Cruz. Después de intimidar y apresar a los habitantes y destruir o robar lo que encontraron a su paso, cayeron en la cuenta de que Nora los había engañado. En efecto, la joven maestra había arriesgado su vida para alertar a sus compañeros de la presencia del ejército y así darles tiempo de escapar. Todos los del pueblo se enteraron de que unos "ladrones" habían llegado, según unas versiones, o bien, que la policía estaba buscando "narcotraficantes". Todos, excepto los muchachos que vivían en Jacarandas No. 13. No obstante, sería hasta las 21:00 que el primer Batallón de la Policía Militar, comandado por el Capitán Mayor de Infantería Jesús Germán Porras Martínez y proveniente del Campo Militar No. 1, iniciaría el ataque.  Es probable que en el transcurso del día la policía obligara a Nora y a Napoleón a señalar la verdadera ubicación de la casa y una vez que los militares estuvieron seguros del dato, apostaron sus fuerzas alrededor de la granja de Jacarandas 13 y bloquearon todas las entradas y salidas del pueblo. Una luz de bengala fue la señal que dio el ejército para comenzar una ofensiva totalmente injustificada desde el punto de vista jurídico, ya no digamos moral. Los soldados comenzaron el ataque con granadas y morteros, a la par que obligaban a Nora y a Napoleón a gritarles a sus compañeros que se rindieran. Ante este ambiguo mensaje, los combatientes no tuvieron más opción que responder al ataque. "Vengan por nosotros", fue la lacónica respuesta de Salvador, el súbito jefe de la operación defensiva. El ejército comenzó a arrojar gases lacrimógenos para obligar a los ocupantes a salir. Éstos intentaron huir por la parte trasera de la casa, pero fueron rápidamente interceptados y cuatro de ellos perdieron la vida. Entre ellos Dení, quien trágicamente había extraviado sus lentes con las primeras explosiones. Gloria Benavides estaba a su lado y la llamó para que la siguiera, pero ya no obtuvo respuesta. Los tres sobrevivientes cruzaron la barda hacia la casa de al lado, pero un soldado ya la había penetrado y se dio otro tiroteo. Manolo fue visto y ejecutado con un tiro en la frente. Por su parte, Gloria y Raúl fueron detenidos mientras intentaban evadir el cerco. Por la desigualdad de condiciones (7 contra 100, pistolas de bajo calibre contra armas de alto poder, explosivos, etc.), los guerrilleros no produjeron ninguna baja al ejército. 

Los cuerpos de los masacrados fueron fotografiados, subidos a unas camionetas y llevados a la ciudad de México, donde fueron enterrados en una fosa común del panteón Dolores. Siete años más tarde, los restos de Dení fueron rescatados por su tío Luis, se cremaron y se depositaron en la urna de una iglesia en la avenida Cerro del Agua. En esa urna también quedó sepultada para siempre la posibilidad de saber si la osamenta rescatada fue verdaderamente la de Dení. 

No tengo más que agregar que cada generación es responsable de construir el mundo que necesita y desea. En ese sentido, los jóvenes revolucionarios de los setenta cumplieron con su obligación. Su inmolación en el altar de la utopía no pasó inadvertida por la historia. Sólo por eso, hoy podemos estar aquí, rindiéndole un homenaje a la generación de la dignidad. 


(Tomado de: Aguilar Terrés, María de la Luz (compiladora) - Guerrilleras. Antología de testimonios y textos sobre la participación de las mujeres en los movimientos armados socialistas en México, segunda mitad del siglo XX. Ciudad de México, 2014).

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