Los teleteatros
El 26 de julio de 1950, a las 6 de la tarde, menos de diez aparatos de televisión recibieron la señal del Canal 4 en la Ciudad de México, con lo que se declaró iniciada la existencia de un nuevo medio. Fue, en cierto modo, un final: el de quince años de experimentos que en sus inicios desarrolló el ingeniero Guillermo González Camarena en su casa, a mediados de la década de 1930. Ahora se exhibía el invento en los vestíbulos de los cines ante un público pasmado y desconcertado por ese mueble inmenso con una pantallita que reproducía lo que captaba una cámara a poca distancia.
La televisión nació sin idea clara de que público la acogería e intento todo con una pobreza de recursos impresionante. De hecho, heredaba de la radio muchos de sus recursos, como el de hacerse de capital. Ni el canal 4 de Rómulo O'farril ni, unos años después, el Canal 2 de Emilio Azcárraga producían sus programas sino, que vendían tiempo a las agencias publicitarias que, a su vez, armaban los programas. Éstas eran las que se llevaban la tajada financiera más grande, lo que explica la pobreza visual de la televisión en sus primeros quince años y que los programas llevarán en el título la marca patrocinadora (Estudio Raleigh, Noticiero H. Steele, Sonrisas Colgate).
La televisión probó todo tipo de programas y, siguiendo el ejemplo de la vieja radio, en vez de optar por la telenovela que exigía una producción de largo alcance para la que no estaba preparada, en sus primeros ocho años se refugió en el teleteatro, que le sirvió muchas para muchas cosas, principalmente para entender lo que no debía hacer.
La historia del teleteatro fue, sobre todo al principio, una cadena de horrores: al adaptar a un autor extranjero se partía de alguna traducción argentina, sin detenerse en localismos que lograban transformar la obra -a veces radicalmente- al pasar del inglés al porteño y de éste al mexicano. Había que reducir la obra a una hora dejando fuera, dadas las prisas del caso, muchos diálogos e incluso escenas centrales. No obstante así se hicieron de público el Teatro Selecto Packard, con adaptaciones de Julio Taboada y dirección de Luis Aragón, o el Teatro Fábregas, de Bonos del Ahorro Nacional, que en 1952 se dio el lujo de tener a Prudencia Griffel en Las medallas de Sara Downey, todo en el Canal 4. El Canal 2 quiso dar batalla con un desplante de audacia y lanzó un programa llamado Escenas inmortales, en el que María Félix y Jorge Negrete interpretaban a los personajes centrales de La dama de las camelias. Ante las cámaras, María salió sentada en un sillón confesando a la cámara que no se sabía los diálogos, y Negrete, vestido de charro, nerviosísimo, cantando una serenata con la partitura en la mano. Debut y despedida.
Sin embargo, a finales de los años cincuenta el teleteatro ya contaba con compañías bien afianzadas, sobre todo la de Ángel Garasa, que se presentaba los miércoles a las 8 de la noche en el Canal 2, el Teatro Bon Soir de Jesús Valero, el Teatro Colgate (viernes, Canal 2), el de Fernando Soler "y sus comediantes" (que dejó de transmitirse en 1956) y el de chocolates La Azteca, con Lorenzo de Rodas y Carmelita Molina, que sobrevivió hasta 1961. Parecía que el melodrama había encontrado su lugar y su público; para 1958 había aparecido la dueña definitiva de la casa.
(Tomado de: Reyes de la Maza, Luis - Crónica de la Telenovela I. México sentimental. Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1999)
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