domingo, 19 de octubre de 2025

Concepción Cabrera de Armida, la gran mística mexicana



 

Concepción Cabrera de Armida, la gran mística mexicana

Considerada a la altura de Santa Teresa de Jesús y Catalina de Siena, esta mujer movilizó arzobispos, obispos teólogos y hasta papas para la realización de una de las obras apostólicas más importantes de la era moderna.

Por Javier Ramos Malzárraga

Corría el 4 de Febrero de 1903. El tranvía paró en el cruce de las calles capitalinas de Bolívar y 16 de septiembre y descendió de él una dama de aproximadamente 40 años, porte distinguido, agradable rostro de piel blanca cubierto con negro velo, y ojos rasgados y azules. Vestía de luto por la reciente muerte de su esposo.

Penetró a la desierta capilla de Nuestra Señora de Lourdes, se acercó al confesionario y tocó 3 veces el timbre. Poco después un sacristán informaba al padre Félix de Jesús Rougier que una dama deseaba confesarse. El sacerdote, superior de los padres maristas, salió a la silenciosa nave y ocupó su sitial en el confesionario.

Sin ver a la mujer que estaba arrodillada detrás de la reja, escuchó la voz que le hizo una breve confesión. Terminada ésta, la dama comenzó a hablarle como una exaltada mística.

"Aquella alma, segura de sí misma y como si Nuestro Señor la inspirara", escribiría más tarde el padre Rougier, "me descubrió todos los pliegues y repliegues de mi alma, y me dijo que era necesario salir del letargo espiritual en que me encontraba y darme decididamente al servicio de Dios mediante una vida nueva. Quedé admirado, estupefacto, indeciblemente conmovido…"

La extraordinaria conversación duró 2 horas.

Nueve años antes, el 3 de mayo de 1894, esta mujer, de nombre Concepción Cabrera de Armida, había inspirado la fundación del Apostolado de la Cruz en la hacienda de Jesús María, San Luis Potosí. En 1897 -otro 3 de mayo, día de la Santa Cruz- había presenciado la instalación de las primeras novicias de una orden de religiosas también inspirada por ella en una casita alquilada por la dama misma, en la Colonia Santa María de la Ciudad de México.

Fundadas ya las 2 primeras obras, Dios le prometió que habría también una congregación de religiosos; ¿quién sería el varón capaz de realizar esa tarea?

En el tranvía en que la dama se trasladaba a su residencia, aquel 4 de febrero de 1903, tuvo la revelación: ese varón lo sería el padre Rougier, un hombre al que jamás había visto, pero de quién le habían contado algunas cosas que la hicieron pensar en acercársele.

Un mes más tarde, un jueves santo, le anunció el confesionario que "Jesús deseaba que él fuera el fundador de los religiosos de la Cruz".

Semejante tarea era muy espinosa: el marista Rougier pensaba: "Los míos me tendrán por extraviado y soberbio, con eso de querer ser yo el fundador de una nueva congregación. Quizás me creerán loco". Pero no tardó en ser persuadido por aquella extraordinaria mística, a quien varios teólogos colocaban "a la altura de Santa Teresa de Jesús y de Catalina de Siena".

Casada y madre de nueve hijos

Concepción Cabrera nació el 8 de diciembre de 1862 en San Luis Potosí, en el seno de una próspera familia de hacendados. Tuvo una niñez enfermiza y en su adolescencia empezó a practicar la equitación por prescripción médica, como ejercicio para fortalecerse físicamente.

Desde que aprendió las primeras letras se encerraba en la biblioteca de la casona y leía cuanta vida de santos caía en sus manos, estudiando sus rasgos, "envidiándolos y pensando cómo los imitaría", según escribió después.

Bella, desenvuelta, alegre y cariñosa, pronto tuvo una legión de pretendientes. El que sería su esposo, Francisco Armida, se le declaró en un elegante baile de La Lonja potosina. En 1884 se casaron, tras 9 años de apacible noviazgo. Mientras brindaban después de la boda, Conchita pidió a su marido 2 cosas: que la dejara comulgar diariamente y que no fuera celoso. Católico devoto, el hombre cumplió fielmente el compromiso.

Hacia 1889, en unos ejercicios espirituales, Conchita escuchó, según sus biógrafos, una voz que le decía: "Tu misión es salvar almas". Poco a poco su misticismo se acentuó. En 1893, cuando ya tenía 9 hijos, solicitó y obtuvo de su confesor, el Padre Alberto Cuzco Mir, el permiso de hacer los 3 votos de pobreza, castidad y obediencia.

Hasta entonces doña Concepción vestía bien, con los refinamientos de la moda de su época; asistía a teatros y reuniones sociales. Pero sentía repugnancia por los vestidos lujosos, las joyas y los convencionalismos.

Sacrificio candente 

Una mañana de enero de 1894, deseosa de hacer un supremo sacrificio de exaltación mística y después de insistirle mucho a su confesor para que la autorizara a grabarse en el pecho el nombre de Jesús, se encerró en el baño de su casa en San Luis y, según narra su biógrafo el padre J. G. Treviño, "con una navaja afilada abrió la carne viva, delineando las iniciales JHS (Jesús Hombre Salvador). Después, con un hierro candente, volvió a renovar el mismo monograma, pasando y repasando el hierro por las heridas abiertas, hasta que se quemaron totalmente... Y no pudiendo sostenerse, cayó de rodillas... y repitió varias veces: ¡Jesús, salvador de los hombres , sálvalos! ¡Sálvalos!"

A partir de ese momento concibió el proyecto de crear las Obras de la Cruz, una organización que con el tiempo llegaría a agrupar a miles de fieles y cuyo fin es establecer en la Tierra el reinado del eEspíritu Santo -el reinado del amor- por medio del espíritu de sacrificio, o sea por medio de la Cruz, símbolo del dolor.

En abril de 1894 redactó con ayuda de su confesor los estatutos de las obras de la Cruz. Mandó pintar el emblema en un lienzo e hizo instalar un monumento a la Cruz en la hacienda de Jesús María, administrada entonces por su hermano, Octaviano. El 3 de mayo de 1894 hubo una gran fiesta religiosa a la que asistieron los rancheros del rumbo para consagrar el monumento.

El entonces obispo de Chilapa, Gro., monseñor Ramón Ibarra y González viajó hasta la hacienda para dar la bendición. El fervor apostólico de la mujer ya lo había impresionado a tal punto que de hecho aceptó convertirse en su seguidor. La ceremonia estremeció a Conchita a tal extremo que al día siguiente se grabó otra cruz en la espalda a sangre y fuego. Un año más tarde, en abril de 1895, monseñor Ibarra concedió la primera aprobación canónica para las obras de la Cruz. Y el 16 de julio de 1897 monseñor Ibarra Ibarra recibió el juramento y bendijo los hábitos de las 7 primeras novicias que tuvo la Congregación de la Cruz. Doña Conchita estuvo presente en la ceremonia como una "invitada más", inadvertida entre los asistentes.

Intrigas

En 1901 Conchita quedó viuda. De rodillas ante el cadáver de su esposo, ofreció guardar perpetua castidad. Acostumbraba a levantarse todos los días antes del amanecer y, recostada sobre un lecho de huizaches con una corona de espinas, rezaba durante 2 horas.

"En la oración recibió luces, abundantes y vivas, de propio conocimiento, hasta llegar a sentir verdadera repugnancia, asco y desprecio de sí misma, así como grandes deseos de ser humillada y despreciada por los demás", apuntó su biógrafo el padre Treviño. "A una pobre mujer desconocida, sucia y descalza, le pidió que le pisara el rostro para cumplir una promesa y en expiación de sus pecados. A otra le pidió que le escupiera la cara... Besaba y lavaba los pies a las pordioseras, y a los niños de éstas, asquerosos y sucios, los abrazaba y cubría de besos... Deseaba el descrédito público, la difamación, la calumnia, aunque hecho todo esto de buena fe, para que no hubiera ofensa a Dios".

Entre los teólogos se pensó que si todo aquello no sería excesivo, aunque en general se acepta que no lo es "cuando Dios trata de dar al mundo una gran lección, y para darla escoge a un alma".

Muchas personas empezaron a hablar de Conchita y a tejer en torno suyo una maraña de intrigas. Se le atribuían "ciertas comunicaciones sobrenaturales" y, para desvirtuar los cargos, monseñor Ibarra pidió al nuevo arzobispo de México, monseñor Mora y del Río, que sometieran a la viuda a un examen de espíritu. Tres teólogos estudiaron la obra escrita por la acusada y conversaron largamente y por separado con ella para dictaminar finalmente que no se trataba de una ilusa, sino de una mística, cuyo pensamiento no violaba sino que sustentaba los cánones religiosos.

El revuelo cundió hasta el Vaticano. "Apenas oían hablar de las Obras de la Cruz no podían menos que mostrar contrariedad, predisposición y disgusto", escribió el padre Treviño. Inclusive un religioso calificó de patológico el caso de la viuda. Competentes teólogos fueron encargados de examinar la voluminosa obra escrita de Conchita, que constaba de 46 opúsculos y folletos con 8,800 páginas; 6,227 cartas y un diario íntimo espiritual en 66 tomos con 22,500 páginas. Una gran mística y fecunda escritora.

Intercesión ante el Vaticano 

Monseñor Ibarra, enfermo de diabetes, con principios de gangrena y ya a punto de morir -falleció En 1916-, debió ir a Roma en varias ocasiones para interceder por Conchita y sus Obras, y la llevó personalmente en una de sus peregrinaciones. Seis veces debió entrevistarse la dama con Pío X, finalmente, después de que sus teólogos le informaron que la señora era una mística excepcional, concedió, el 16 de diciembre de 1913, el permiso para la fundación de la congregación masculina con una sola reforma: que se cambiara el nombre de "Religiosos de la Cruz" por el de Misioneros del Espíritu Santo, porque "su fin sería extender el reinado del Espíritu Santo, según el espíritu de la Cruz que es el de Cristo Sacerdote y Víctima".

En plena Revolución, el 25 de diciembre de 1914, nacieron los Misioneros del Espíritu Santo, en la pequeña capilla situada frente al "pocito" de la Villa de Guadalupe. Monseñor Ibarra llegó de incógnito y dijo la misa a puerta cerrada.

Para entonces, ya habían nacido otras obras a impulso de la inspiración mística de la viuda: el 30 de noviembre de 1909 y con la aprobación del arzobispo de México, José de la Mora y del Río, se formó la Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús, una prolongación del Apostolado de la Cruz, formada por seglares pero con más severos compromisos y exigencias: una vida sacramental más intensa y una conducta humana y espiritual de mayor pureza.

Y el 19 de enero de 1912 nació en Puebla la cuarta Obra, la Liga Apostólica, cuyo primer director fue el arzobispo Ramón Ibarra y González. Entre los socios fundadores se contaban 4 arzobispos, 10 obispos y 286 sacerdotes. Su objeto sería propagar y proteger las demás Obras de la Cruz y agruparía en su seno sólo lo sacerdotes.

Diez años de destierro 

El padre Rougier, por su parte, continuaría la obra de la mística y la haría alcanzar proposiciones formidables. Nacido en 1859 y de origen francés, Félix de Jesús Rougier llegó a México a los 43 años de edad como párroco de las colonias francesas y norteamericana. Desarrollaba tranquilamente su ministerio cuando la visita de aquella dama enlutada cambió para siempre el curso de su vida.

Alentado por el fervor místico de la viuda de Armida, en 1914 regresó a Francia con el propósito de solicitar del superior general de la Congregación Mariana la licencia necesaria para emprender la fundación de lo que llegarían a ser los Misioneros del Espíritu Santo. Pero no sólo se la negaron sino que le prohibieron comunicarse con la señora Cabrera de Armida y lo enviaron a Barcelona donde permaneció 10 años dedicado a labores docentes. Sólo después de la intervención de monseñor Ibarra ante el papa le fue permitido volver a México.

Durante 2 años, Rougier anduvo realizando "giras vocacionales" (buscando candidatos a misioneros) por todo el centro del país. Igual que Conchita, el clérigo se había marcado en el pecho el monograma JHS. En Europa fue acusado de iluminismo y muchos lo consideraban un fanático enloquecido.

En México, en cambio su ardor religioso llegó a ser visto como un elemento invaluable para sobrellevar los difíciles tiempos por los que pasaba la iglesia. De 1926 a 1929 vivió una existencia novelesca, disfrazado de catrín y hasta de charro, pues corría la guerra cristera y resultaba muy peligroso vestir los hábitos.

En 1926 viajó a Roma para fundar en la Piazza San Salvatore in Campo, la casa de los Misioneros del Espíritu Santo. Lo acompañaron los 10 primeros jóvenes que reclutó, mismos que fueron inscritos por él en la Universidad Gregoriana. Desde entonces han pasado por allí varias generaciones de misioneros mexicanos.

La terrible soledad

Hasta su muerte, Conchita vivió dedicada a su tarea, atormentada por una "terrible soledad del alma", según sus biógrafos. Asombrosamente, sin embargo, se las arregló para no molestar a su familia con sus conflictos religiosos, y mantenía exteriormente el sentido del humor que la caracterizó desde niña. Su hijo mayor, Francisco Armida, prominente hombre de negocios, fabricante y vendedor de máquinas de escribir, equipo de oficina y computadoras, decía: -Dios escribe derecho con línea chuecas... A nosotros, sus hijos, nos puso una venda en los ojos, y a ella le dio la facultad de tapar su vida mística. Para nosotros sólo fue una madre alegre y amorosa, y jamás captamos su santidad. Hasta que murió fue cuando nos enteramos de su extraordinaria vocación.

Conchita falleció el 3 de marzo de 1937. El sacerdote y teólogo Juan Gutiérrez de los Misioneros del Espíritu Santo y el escritor Javier Sicilia han promovido con ardor la beatificación y canonización de esta excepcional católica.


(Tomado de: Ramos Malzárraga, Javier: Concepción Cabrera de Armida, la gran mística mexicana. Contenido ¡Extra! Mujeres que han dejado huella. Segunda serie, segundo tomo. Editorial Contenido, S. A. de C. V. México, D. F., 1999)

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