martes, 11 de septiembre de 2018

Urbanidad a la mexicana


Urbanidad a la mexicana




He pasado cerca de una semana con una ligera fiebre; entre escalofríos y calor. Me atendió un médico de aquí y que parece ser la persona más inofensiva que uno pueda imaginarse.

 Cada día me tomaba el pulso y me recetaba alguna inocente pócima. Más lo que dio de veras fue una lección de urbanidad. Todos los días, cuando se ponía en pie para despedirse, sosteníamos el siguiente diálogo:

“-¡Señora (esto junto a la cama), estoy a sus órdenes!”

“-Muchas gracias, señor.”

“-¡Señora (esto ya al pie de la cama), reconózcame por su más humilde servidor!”

“-¡Buenos días, señor!”

“-¡Señora (aquí haciendo alto junto a una mesa), beso a usted los pies!”

“-¡Señor, beso a usted la mano!”

“-¡Señora (esto cerca de la puerta), mi pobre casa, y cuanto hay en ella, y yo mismo, aunque inútil, todo lo que tengo, es suyo!”

“-¡Muchas gracias, señor!”

Me da la espalda para abrir la puerta, pero se vuelve hacia mí después de abrirla.

“-¡Adiós señora, servidor de usted!”

“-¡Adiós, señor!”

Sale por fin, mas entreabriendo luego la puerta y asomando la cabeza:

“-¡Buenos días, señora!”

Estos cumplidos, tan prolongados entre el médico y el paciente, como si indicasen una separación con un no sé qué de “dulce pesar”, me parece que están, hasta cierto punto, mal empleados. Se considera aquí más cortesano decir Señorita que Señora, aun cuando se trate de una mujer casada; y la dueña de la casa es generalmente llamada La niña, aunque pase de los ochenta. Esta última costumbre es todavía más común en la Habana, en donde las negras ancianas que siempre han vivido con la familia están acostumbradas a llamar así a sus jóvenes amas, sin cambiar jamás el tratamiento en el curso de los años.

(Tomado de: Madame Calderón de la Barca: La vida en México)


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