lunes, 13 de octubre de 2025

Después de México, solamente Italia


Después de México, solamente Italia 


A principios de 1921, en París, Diego Rivera y Siqueiros se encontraban como dos aficionados a la botánica en el centro de un bosque: apenas conocían el mundo circundante, pero no había flor o tronco, hoja o raíz que no atrajera su interés. 

Poblada la imaginación por el ansia de saberlo todo, llenan sus mentes de conceptos balbucientes, construían teorías estéticas como el niño construye hazañas. 

¿Cómo podría ser un futuro programa de revolución pictórica en México?, se preguntaban. 

Sus ideas eran primarias, pero descansaban en una circunstancia que no perdían de vista: no contaban en el país con mercado para la adquisición de la más pequeña obra de arte ni vislumbraban posibilidades de que se formara durante los próximos años. En esas condiciones, el género primordial de actividad tendría que ser el muralismo

¿Para quién habrían de trabajar si no para la mayor cantidad posible de público? No tomar esto en cuenta era tanto como emprender el camino de la esterilidad. ¿O acaso el trabajo creativo no germina en la intimidad del individuo, como el fruto en las profundidades de la raíz? ¿Y la obra de arte, como la cosecha -y nada les preocupaba tanto- no está destinada para los demás? 

"Atraídos cada vez más poderosamente por la obra monumental, Diego y yo desalojamos de la conciencia toda preocupación por el cuadro de caballete, en pintura, y por los bibelots en escultura. Nuestro temperamento y el análisis de los fenómenos nos lanzaban a la máxima ambición, decíamos. En ese estado febril sólo teníamos desdén para las pequeñas obras que se exhibían en casas particulares y aun en museos. 

Nuestros ojos deberían fijarse a los muros policromos, a los grandes lienzos y llenarse con las formas concebidas por artistas de gran aliento que no temieron pintar una aurora con todo su infinito número de matices, pero que sí temieron apresar al arte como a un pájaro dentro de una jaula, entre los reducido límites de un cuadro de salón”.

"Escuchábamos en esa época, vaga y excepcionalmente, por cierto, que los discípulos de Ingres habían impulsado cierto movimiento de pintura mural en algunos templos de París. Nos dispusimos a localizarlos y dimos con ellos. En medio de la ausencia de los demás pintores, indiferentes a este esfuerzo vagamos por las iglesias vacías como por plazas desiertas. Ni un alma que se interesara por Ingres y sus seguidores. Pienso que era el resultado del liberalismo exaltado que dominaba hasta las últimas manifestaciones de la estética. Para esos años, los veintes, más que en ningún otro periodo de la historia, se proclamaba el arte como resultado único de la actividad individual y se decía que toda asociación entre artistas por razones de trabajo no sólo era inconveniente, sino mortal para el proceso de la creación. 

Diego y yo, a la vez que los pintores españoles, chilenos y algunos franceses que nos rodeaban, percibimos la pesantez de la atmósfera y empezamos a hablar del trabajo por equipos bajo la dirección de un maestro. 'A la manera de los clásicos', dijimos en un principio. Y luego, a gritos: "¡Sólo como ellos, pues su trabajo colectivo ha demostrado a lo largo de los siglos su extraordinario valor para los fines de la creación y su insustituible eficacia como instrumento pedagógico en el arte!”.

¿Sabíamos con precisión cuál era el camino? Lo dudo. Pero nuestro mexicanismo, que estallaba a cada momento, que era reacción violenta contra todo lo que juzgábamos estrecho y estereotipado, nos hacía buscar el golpe del aire y el ardor del sol. 

Éramos románticos. Eso era todo. "


Había que viajar por Italia y si los recursos alcanzaban, ir a Grecia. Por razones económicas y debido también a mi calidad de becario de la Secretaría de Guerra para estudiar arte, que me obligaba a concurrir de vez en cuando a simulacros y prácticas del ejército galo en la escuela de Saint-Cyr y en otros lugares de Francia, Diego y yo no pudimos hacerlo al mismo tiempo. 

Durante años de cartas y pequeñas notas de Rivera que constituían algo así como el informe oficial de sus hallazgos en Italia, siempre a propósito de temas relacionados con el muralismo, nuestra nueva y absorbente preocupación. Muy interesantes conceptos apuntaba sobre el método de la composición, que "él había descubierto" en la obra de Giotto, en Asís. En otra de sus cartas, palabras más, palabras menos, me confiaba: "¿Cómo puedo haber perdido tantos años pintando cuadritos de caballete? ¿Por qué si puedo volar he permanecido enjaulado todo este tiempo?”.


La búsqueda de Diego partió del prerrenacimiento italiano hacia atrás. Todo lo posterior a ese periodo -afirmaba- carecía de valor. Miguel Ángel, en pintura, no así en escultura, le parecía un bluff. El barroco para Rivera era el estilismo en el arte y "el estilismo constituía en la historia de la creación el más grande asesino”.

Le escribía a Siqueiros: "No quiero aderezos en una mujer. Antes que ellos, deseo un corazón. Así en pintura: me placen las formas, pero como camino para llegar a algo que está debajo de la piel”.

Cinco o seis meses se prolongó la ausencia de Rivera. Trabajó como si, condenado a muerte, hubiera de cumplir los últimos deseos de una vida a punto de extinguirse: pintar, pintar, pintar. Cuando regresó a París tenía consigo inmenso bagaje de notas, apuntes y estudios parciales de lienzos y monumentales esculturas. El etrusco lo sobrecogió. En contraste con Francia, donde había permanecido largos años, descubrió en Italia las grandes similitudes de este país con el nuestro. 

"Aún más saltones que de costumbre sus feos y opacos ojos de rana, gelatinosos, blanduzcos, como si hubieran permanecido largo tiempo debajo del agua, me decía que para un mexicano el paso por este mundo sin detenerse bajo el cielo de Italia, sin aspirar su aroma, sin pisar sus campos, sin contemplar a sus mujeres, sin vagar por las calles de sus pueblos y ciudades, sin escuchar sus cantos y su idioma, sin reconocer su arte tan esencial para la formación humanística como las mismas experiencias vitales, era tanto como vivir ajeno a la más hermosa realidad. 

-Ah -suspiraba- después de México sólo hay un país: Italia…”.


(Tomado de: Scherer García, Julio – Siqueiros, la piel y la entraña. Ediciones Era, S.A. México, D.F., 1974)

jueves, 9 de octubre de 2025

El Taller de Gráfica Popular

 


El Taller de Gráfica Popular 


Sección: Remedios para el olvido


Texto: Alma Lilia Roura. Fotos: Carolina Cañas


Era mediados de 1937, el tercer año de Lázaro Cárdenas en el gobierno, cuando menos de una docena de jóvenes entusiastas discutían sobre trabajo artístico y compromiso político en un local de una calle de prostitutas. Con dos prensas de mano y un viejo litógrafo dispuesto a compartir experiencias, hablaban de un colectivo de trabajo con una inscripción de 15 pesos. Menos de un año después, el flamante Taller de Gráfica Popular (TGP) estrenaba estatutos, logotipos, una vieja pero útil prensa litográfica y un nuevo local en Belisario Domínguez, con tres cuartos: uno para imprimir, otro para grabar y el tercero para vender y hacer asambleas. De este humilde origen saldría una producción gráfica que dio al grabado mexicano una fisonomía propia y reconocida en el mundo. 


Pero la generación espontánea no existe. Muchos de los miembros del TGP habían participado en la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, la LEAR, surgida a raíz de la campaña presidencial de Cárdenas. Por medio del trabajo en equipo, los miembros de la LEAR, muchos de ellos miembros del Partido Comunista, organizaron congresos, mesas redondas, conferencias ilustradas, obras de teatro, conciertos y talleres para obreros. En la Sección de Artes Plásticas, los pintores, escultores y grabadores publicaron Frente a frente, revista de propaganda; elaboraron carteles, volantes, murales transportables y otros en escuelas y mercados, así como enormes telones de papel (hasta 15 x 20 m) para las asambleas de organizaciones populares y sindicatos, que implicaban a veces sesiones ininterrumpidas de 20 horas de trabajo para el grupo responsable de tenerlos a tiempo. 


La LEAR fue un espléndido espacio de aprendizaje y una valiosísima posibilidad de dar al arte un nuevo sentido por su contacto con las masas. Sin embargo, este espacio de compromiso cultural, sin duda el mejor de su tiempo en México, se diluyó hacia principios de 1937 por el burocratismo de muchos miembros que, de manera oportunista, se integraron sólo para obtener un trabajo pagado por el gobierno. En contraposición a tal postura los fundadores de TGP sí mantuvieron su militancia revolucionaria por medio del arte. 


El primer cartel realizado en el Taller de Gráfica Popular fue para felicitar a la Confederación de Trabajadores de México; a ese siguieron otros en apoyo a la República española y contra el franquismo, con figuras caricaturizadas del generalísimo. Durante la expropiación petrolera llevada a cabo por Cárdenas (1938), hubo una generosa producción de carteles, llamando al pueblo a colaborar y criticando a los Estados Unidos mediante la emblemática figura del Tío Sam. Conforme la producción se incrementaba, los artistas fueron depurando sus formas, integrándolas cada vez con mayor eficacia y sin perder la creatividad. 

En esta década de los treinta, todo México se sacudía con la política; por todos lados vibraba la necesidad de hacer cumplir las promesas que la Revolución había dejado pendientes y que Cárdenas se proponía concretar. Las organizaciones de masas apostaban, una vez más, a que su voz fuera escuchada. Pero el país no sólo miraba hacia adentro, sino que compartía la preocupación por una confrontación mundial que se veía venir irremediablemente. 

Numerosas agrupaciones de artistas y escritores democráticos e izquierda en diversas partes del mundo, unieron esfuerzos para enfrentar al nazifascismo haciendo del arte un arma más. En México, primero la LEAR y después el TGP, se unieron a la consigna de frente único establecida por la Unión Soviética, con lo que se dispusieron a combatir al imperialismo, al nazismo y a la guerra. Las obras del taller abordaron esa doble vertiente que trataba, tanto temas nacionales como internacionales. 


Otro encargo temprano, por ejemplo, fue precisamente una serie de carteles para Liga Pro Cultura Alemana, organización del exilio alemán que combatía el nazismo de su país. Los 18 carteles de esta serie son un magnífico ejemplo del tipo de trabajo que se proponía esta organización, y que mantuvo hasta principios de los años cincuenta, la representación realista en carteles, volantes, hojas volante, calaveras e ilustraciones, es decir, todo aquello que tuviera posibilidad de llegar a un público amplio. Los carteles realizados en blanco y negro se pegaban en las calles de ciudades como México o Guadalajara dónde, a pesar de su pequeño formato competían por su calidad en forma ventajosa con los de los espectáculos como peleas de box y corridas de toros.


El tema era siempre político, social o de denuncia, apoyando a los sindicatos y a organizaciones populares, agrarias o de obreros y maestros, gremios que la mayoría de las veces, tenían una escasísima capacidad de pago. El alma del TGP era llevar el arte a las masas, por lo que, a fin de cumplir con los encargos, se optó por el moderno linóleo -de fácil reproducción y menos caro que el zinc o la madera- material que supieron explotar al máximo; un miembro recuerda que con 10 pesos de linóleo podían hacer hasta ocho grabados, la forma de trabajo consistía en investigar el tema a fin de contar con los elementos esenciales. Después se hacía una propuesta colectiva o individual que se discutía en grupo y, por último, se realizaba el grabado. Parece sencillo, pero muchas veces se tenía el tiempo encima, a lo que debe agregarse que en el grabado hay poca posibilidad de corregir y la mano debe ser firme y decidida. Aún así, el gran oficio de Leopoldo Méndez (director y cabeza del taller desde su fundación hasta 1952), Luis Arenal, Pablo O'Higgins, José Chávez Morado, Alfredo Zalce, Ángel Bracho Francisco Dosamantes, Everardo Ramírez, Alberto Beltrán, Mariana Yampolski, y muchos otros que pasaron temporalmente por el TGP, evidencia la excelente calidad que alcanzaron, a pesar de que la producción en el taller no implicaba ganancias; había que mantener las máquinas, las gubias y buriles, y pagar el alquiler de los sucesivos locales. Si se hacían obras individuales, cada quien costeaba los gastos de los materiales y de la impresión, y a veces, no faltaba alguien a quien había que prestarle para el camión. 

Si la obra estaba en función de un asunto concreto y se proponía llegar a amplias capas de la población, el lenguaje estético elegido era el del realismo para que las figuras y objetos representados fueran fácilmente identificables. 

Al referirse a esta forma de expresión Leopoldo Méndez expuso más de una vez que el gran maestro del TGP fue José Guadalupe Posada, ya que las formas plásticas de este precursor de la modernidad en México, de enorme simplicidad expresiva, siempre estuvieron entretejidas con las aspiraciones, alegrías y temores de las clases populares, vocación con la que se identificaban plenamente los miembros del taller. 

La llegada de artistas españoles exiliados introdujo algunas novedades en el viejo lenguaje soviético y alemán, que aunque enriquecieron el trabajo de los grabadores del taller no los apartó del desarrollo de un estilo propio y reconocible. 

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en el otoño de 1939, el taller realizó varias series de carteles pro soviéticos, tanto en la capital como en provincia.

Mientras duró el conflicto, alternaron la temática bélica -soldados, botas, bayonetas, pueblos masacrados, la amenaza de la bomba- con problemas mexicanos como el alza de precios, críticas al gobierno, etc., y al final de la conflagración, se hicieron carteles exaltando la victoria. 

A muy poco de su inicio, la labor desarrollada en el creativo espacio del TGP atrajo artistas extranjeros, hombres y mujeres como el boliviano Roberto Berdecio o el ecuatoriano Galo Galecio. Entre los estadounidenses destacaron Elizabeth Catlett y sobre todo Pablo O'Higgins, quien adoptaría a México como su patria. Mención especial merece Hannes Meyer, arquitecto de origen suizo y maestro de la Bauhaus quien al integrarse al taller en 1942 dio un fructífero impulso a la editorial La Estampa Mexicana, encargada de publicar varios álbumes y libros del TGP que han perdurado, a diferencia de los carteles y volantes que muchas veces se perdieron. Los intercambios establecidos con estos visitantes también tuvieron eco fuera de México. En Los Ángeles, por ejemplo, Gloria y Jules Heller crearon el Graphic Arts Workshop, que funcionó de manera semejante a su contraparte mexicana. 

A través de estos contactos con otros países, además de exposiciones en México, la obra del TGP fue presentada en varias muestras en el extranjero, donde obtuvo amplio reconocimiento. Después de la de Posada, la gráfica realista del TGP fue la que consolidó una imagen del grabado mexicano, tanto en el país como fuera de sus fronteras, por su fuerza expresiva y el carácter pasional de su propaganda política y social. 

***

Alma Lilia Roura. Es licenciada en Historia por la UNAM, ha trabajado para varios museos del INBA. Actualmente es la coordinadora de investigación del Centro Nacional de Investigación Documental e Información de Artes Plásticas (CENIDIAP) del INBA. 


(Tomado de: Roura, Alma Lilia (texto) y Cañas, Carolina (foto). El Taller de Gráfica Popular. México en el Tiempo. Revista de historia y conservación. Año 5 número 32, Editorial México Desconocido, S. A. de C. V. México, D. F., 1999)

lunes, 6 de octubre de 2025

La corona de muchas cabezas: Chiapas

 


La corona de muchas cabezas: Chiapas 

Sus puntas son tan exactas que simulan el perfecto corte de un diamante. Desde luego, no están hechas con el mismo material ni pulidas como las de una piedra preciosa. Son más pesadas, más toscas, con muchos kilos más. 

Son kilos de ladrillos finamente tallados por los cuatro lados, como si fueran pequeñas pirámides vistas de frente. 

Pero se trata de una corona, la más grande del mundo. Un monumento de 30 metros de circunferencia por 15 de altura. Una corona que no cabe en la cabeza de un ser humano sino en la de muchos. Sí, en la cabeza de casi todos los habitantes de un lindo y pintoresco pueblo del estado de Chiapas llamado Chiapa de Corzo

Todo empezó en el año 1562 [¿?], cuando el fraile dominico Rodrigo de León decidió construir una obra grandiosa inspirada en el estilo mudéjar de los edificios árabes y en la forma de la corona del rey de Aragón, España. 

Es una magnífica obra arquitectónica que representa -según Romero de Terreros- lo que fue la Real Corona Española de los reyes católicos Isabel y Fernando. Una réplica rodeada de almenas que da a su vez la altivez de una reina. 

Fray Rodrigo de León nunca vio realizada su obra y tampoco se supo por qué no la terminó. Fue un arquitecto anónimo quien se hizo cargo del proyecto que terminó en el año 1562.

La obra tiene una combinación mágica, rebuscada y elegante a la vez. Es una construcción empalagosa, quizá demasiado lujosa, pero una obra de arte inalterable a pesar del tiempo. Una corona de más de cuatro siglos de antigüedad, centro de atracción del parque Albino Corzo, y orgullo de todos los habitantes de la población de Chiapa de Corzo. 

Los ladrillos fueron apilados como si se tratara de un pastel. La parte superior, que es un octágono, cupo como un rompecabezas exactamente dentro del otro octágono que es la base de dicha construcción, la base de la corona. 

Joya única en su clase, una combinación de arcos que parecen entretejidos, sostenidos por gruesas columnas paralelas, grandiosas. 

Orgullosa de su forma se eleva su cúpula, para seguir siendo testigo de la voz del pueblo, del jugar de los niños o de aquellos que se sientan a platicar y recordar. Una cúpula que resguarda la pila bautismal que alguna vez perdió el agua y con el tiempo dejó de funcionar, y que más tarde despertó de su letargo para dar agua y adornar la pila de Chiapa de Corzo. 

Una corona única, digna de un pueblo talentoso y trabajador y digna de aquellos que llegan a visitar y admirar la belleza de este pueblo, Chiapa de Corzo.


(Tomado de: Sendel, Virginia - México Mágico. Editorial Diana, S.A. de C.V., México, D.F., 1991)

jueves, 2 de octubre de 2025

Santuarios - Nuestra Señora del Patrocinio



Santuarios - Nuestra Señora del Patrocinio 


La ciudad de Zacatecas señorea una elevada montaña de 2,667 m de altura con una cresta grande de peña viva que llaman La Bufa

El conde de Santiago de la Laguna, don José de Rivera Bernárdez, historiador de la ciudad y devoto de la Virgen, tenía la bella ilusión de construir una capilla en el cerro de La Bufa, en la que se venerara una imagen de la Santísima como una expresión plástica de los sucesos que iniciaron la historia fabulosa de Zacatecas, el día 8 de septiembre de 1546

El conde Rivera construyó y dedicó la capilla de la Bufa, con el título de Patrocinio, en memoria de haber sido en donde asentaron su real los españoles y era el mismo donde tenían los naturales su fortaleza. La capilla sufrió importantes obras de restauración y fue reinaugurada en 1729. 

Acerca de la procedencia de la Virgen -que es muy grande y de buena talla- existen tres versiones: el presbítero Bezanilla y Mier menciona que don Diego de Ibarra la traía en su ejército. José de Refugio Gasca -también presbítero- replica lo anterior y señala que fue que fue el rey Felipe II, quien la mandó, y Ernesto de la Torre establece que fue un regalo hecho en 1586 al Real de Minas por el obispo de Guadalajara. Aunque existen varias historias en relación a su origen, la Virgen de Patrocinio no deja de ser por eso una imagen que mueve a veneración, que infunde sentimientos devotos y llena de consuelo. 

A la muerte del Conde de Santiago de la Luna (1762), quien corría a cargo del sostenimiento del templo, el sacristán del santuario, "tentado por el demonio", sustrajo la imagen de la Virgen y huyó hacia la ciudad. Al cometer el sacrilegio empezaron a replicar las campanas de todas las iglesias sin que intervinieran los campaneros, lleno de temor depositó la imagen a las puertas de la iglesia de Los Remedios

Fue hasta el 10 de septiembre de 1795 que salió de la iglesia de La Merced una nutrida procesión que condujo a la imagen a su capilla. De ella cabe resaltar su fachada en el barroco de principios del siglo XVIII, la cual muestra a la Virgen en alto relieve con el niño en su brazo, rodeada de rayos, sobre un fondo de peñas con algunas plantas silvestres; a sus pies está un querubín con las alas extendidas a modo de repisa. De una esfera con la cruz bajan unas gruesas molduras en gran movimiento ondulante, formando una especie de cortinaje para la Virgen, en cuyos lados se pueden observar unas claraboyas semejando celosías, una tiene la luna y la otra tiene al sol. 


Datos que hay que tener al alcance de las manos 

Ubicación.-  En la capital del Estado de Zacatecas.

Cómo llegar.- Dista más de 600 km de la Ciudad de México por las carreteras 57 y 45; 184 km de San Luis Potosí, por la carretera 49; 128 km de Aguascalientes por las carreteras 49 y 45. En Zacatecas se encontrará servicios de primer orden.

Fechas de celebración.- Del 14 al 20 de septiembre.

Peregrinaciones.- Diversos gremios y comunidades aledañas a la capital realizan cada año, en los primeros días de septiembre, una serie de peregrinaciones que inician en el Callejón de las Campanas y culminan en el Santuario. Durante la celebración se llevan a cabo danzas de matachines.


(Tomado de: Quesada A, Emilio H. - Santuarios, Guía #21, México Desconocido, Edición Especial, Editorial Jilguero, S. A. de C. V., México, Distrito Federal, 1995)