Fray Antonio Alcalde
Nació en la
Villa de Cigales, provincia de Castilla la Vieja, España, en 1701; murió en
Guadalajara, Jalisco, en 1792. A los 17 años de edad tomó el hábito dominicano en
el convento de San Pablo. Después de profesar, fue preceptor de estudiantes y
lector de artes y de teología en varios conventos durante 26 años
ininterrumpidos. En 1751 se graduó de maestro en filosofía y ocupó
sucesivamente los prioratos de los monasterios de Zamora y de Jesús María de
Valverde. Llevaba en éste 9 años cuando en 1760, andando de cacería, entró
ocasionalmente a descansar al convento Carlos III, quien se sorprendió
gratamente al ver que en la celda de Alcalde había tan sólo una tarima, un
cilicio, una mesa, unos libros, una silla, un crucifijo y una calavera. Al
siguiente año, cuando el monarca tuvo que proponer sucesor para el segundo
obispo de Yucatán, fray Ignacio Padilla y Estrada, muerto el 20 de julio de
1760, exclamó: “Nómbrese al fraile de la calavera”. Alcalde, que había rehusado
varias mitras, aceptó ésta. Las bulas se expidieron el 29 de enero de 1792 y en
virtud de ellas fue consagrado en Cartagena el 8 de mayo de 1763, partiendo
luego hacia América para tomar posesión de la diócesis el 1° de agosto.
A pesar de su
edad -62 años- aprendió el maya para comunicarse mejor con los indios, amplió
el Hospital de San Juan de Dios en Mérida, reformó los estatutos del seminario,
mejoró varias iglesias y en 1769-1770, con motivo del hambre que provocaron las
plagas de langosta, que destruyeron por completo la mies, mandó abrir los
graneros y socorrió cuanto pudo a los pobres. el 20 de mayo de 1771 dispuso el
Rey que fray Antonio pasara a ocupar la silla episcopal de Nueva Galicia. Esta
diócesis comprendía los actuales estados de Jalisco, Colima, Zacatecas, Aguascalientes,
San Luis Potosí, Nuevo León, Coahuila y Nayarit y los territorios de Texas y
parte de Luisiana; tenía 210 curatos y 27 canonjías. El 17 de agosto tomó
posesión de ella en la ciudad de México, donde había asistido al Cuarto
Concilio Mexicano, y en agosto tomó posesión de ella en la Ciudad de México,
donde había asistido al Cuarto Concilio Mexicano, y el 12 de diciembre llegó a
Guadalajara. Una de sus primeras acciones consistió en practicar una larga y
fatigosa visita pastoral, a cuyo término solicitó al rey (15 de diciembre de
1773) la creación de un nuevo obispado, que éste erigió, con el nombre de Nuevo
Santander (Nuevo León, Coahuila, Texas y el Seno Mexicano), para atender
aquellas dilatadas provincias y procurar la conversión de los indios gentiles.
Alcalde, que
seguía viviendo con la misma humildad que en Valverde, sin abandonar el hábito,
destinó cuantiosas sumas para la construcción del Sagrario Metropolitano y del
Santuario de Guadalupe, y para la ampliación o reparación de Capuchinas, Jesús
María, Santa Teresa, Santa Mónica y Santa María de Gracia, en Guadalajara; para
las parroquias de Lagos, Zapotlán, Chapala y muchas otras, y para el colegio de
Propaganda Fide de Guadalupe, en
Zacatecas. En el orden civil –acto que lo consagra como precursor de los
programas de vivienda popular- mandó construir al norte de la ciudad 158 casas,
agrupadas en 16 manzanas, para satisfacer la demanda de habitación de la gente
pobre y extender la población por ese rumbo.
En materia de
enseñanza, dotó al seminario y al colegio de San Juan para que aumentasen sus
clases, creó becas para niñas desvalidas en el de San Diego, fundó escuelas
primarias para varones en el Santuario y en los barrios del Beaterio y del
Colegio de San Juan, en una época en que sólo había un plantel de esta índole,
sostenido por el Consulado; y levantó un cómodo y espacioso edificio para el
Colegio de Santa Clara (Beaterio), dedicado a las niñas sin recursos. Y,
finalmente, promovió la expedición de la real cédula del 18 de noviembre de
1791 por la cual se autorizó la fundación de la Universidad de Guadalajara, la
segunda en Nueva España, en la cual se habrían de establecer, a partir del 3 de
noviembre de 1792, las cátedras de cánones, leyes, medicina, y cirugía,
trasladándose a ella, del Seminario, las de teología y sagradas escrituras.
Alcalde propuso destinar a la nueva institución el antiguo edificio del Colegio
de Santo Tomás, que fue de los jesuitas, y destinó sesenta mil pesos para su
reacondicionamiento. Murió, sin embargo, el 7 de agosto de 1972, casi tres
meses antes de su inauguración.
En ocasión
del hambre de 1786, ocasionada por las abundantísimas lluvias del año anterior
que acabaron con las siembras, el obispo Alcalde compró y distribuyó el maíz
que pudo encontrar, refaccionó las siembras del siguiente ciclo, estableció
cocinas gratuitas en los barrios de Guadalajara e hizo cuantiosos donativos a
los curatos, en especial a los de Sayula, Tepatitlán, Asientos y Fresnillo. Al
hambre siguió la peste, estimulada por la desnutrición. En el segundo semestre
de aquel año murieron 50 mil personas en la Nueva Galicia. El Hospital de
Belén, que se hallaba en la parte más céntrica de Guadalajara –donde hoy está
el Mercado Corona- no sólo resultó insuficiente, sino que se convirtió en un
gravísimo foco de infección, por la acumulación inusitada de enfermos. Alcalde
quiso prevenir futuros desastres y, previa la autorización real, mandó
construir a sus expensas un nuevo establecimiento, en las orillas de la ciudad,
útil para contener con holgura mil pacientes, aparte los servicios, un
departamento para internos –entonces los religiosos betlemitas-, el templo y el
camposanto. La obra se inició el 27 de febrero de 1787 y se terminó el 3 de
mayo de 1794. El edificio principal tiene 6 grandes salas, de 80 metros de
longitud, que parten radialmente de un solo núcleo. Ciento setenta y ocho años
después, convertido en Hospital Civil, este nosocomio sigue siendo el mayor en
su género en el occidente de la república (datos de 1976).
El señor
Alcalde invirtió también el dinero de su diócesis en la compostura de calles y
caminos, y en ocasión de la epidemia de viruela de 1803, destinó salas
especiales para la aplicación de la vacuna –recién descubierta- en el Hospital
de San Juan de Dios. Finalmente, promovió el juicio de canonización de fray
Antonio Margil de Jesús mediante su Epístola
supplex ad S.S. Dom. Pium VI Pontif. Max. pro Causa Beatificationis ven. servi
Dei Antonii Margil, missionari apostolici Ordinis Minorum in America
Septentrionali, dat. postridi Non. Januar 1790.
Fue sepultado
en el santuario de Guadalupe, en la pared del presbiterio, del lado del
Evangelio. Ahí se puso su estatua, arrodillado.
(Tomado de: Enciclopedia de México)
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