En este sentido, el paradigma por excelencia es Esther Fernández en "Allá en el rancho grande" (1936), de Fernando de Fuentes. Como Crucita, ingenua muchacha provinciana, buena, noble, pura y virtuosa, ni siquiera se entera que su madrina (la maravillosa archivillana Emma Roldán) la ha vendido en 100 pesos; ni tampoco de las difamaciones y especulaciones de que es objeto, siendo, por supuesto, totalmente inocente, pues está completamente dedicada al amor de Tito Guízar. Al final, con él forma una pareja idílica... Por supuesto, en su larga y fecunda filmografía, Esther Fernández actuó luego un poco menos como ingenua (por ejemplo, en "Santa" de Norman Foster), pero sin duda, fue una de las muchachas buenas y bellas por excelencia del cine mexicano.
Lilia Michel es casi una ingenua perversa por su vestuario: basado en un suéter pegadísimo que revela sus perfectos senos copa B; su boca hace mohines deliciosos y denota también mucho erotismo, pero lo asombroso es que en realidad ella es ajena a todo esto; es una muchacha caprichosa, malcriada y adorable. Ingenua hija de María Félix en "Vértigo" (1945), casi ajena a la formidable pasión que ésta vive con su novio, Emilio Tuero. La Michel hace una gran pareja con Jorge Negrete en "No basta ser charro" (1945), de Juan Bustillo Oro, una parodia de las películas rancheras y, sobre todo, de la figura del charro propuesta por el cine mexicano.
Carmelita González es también hija o por lo menos hijastra de María Félix en "Que Dios me perdone" (1947). Ella es una apasionada de los conciertos de buena música por radio y casi en éxtasis, exclama: "¡Están tocando a Beethoven!", ajena, por supuesto, a los terrible problemas psicológicos y maquinaciones de Lena Kovich, judía sefardita, espía y madre mártir que se apoya demasiado en la ayuda del psiquiatra-novio de Carmelita. Hija política de Joaquín Pardavé en "El barchante Neguib" (1945); robada por un bandido legendario, pero al fin y al cabo casándose con el bueno de la película en "Se la llevó el Remington" (1948), Carmelita (compañera de Pedro Infante y Jorge Negrete en "Dos tipos de cuidado") fue una presencia agradable y constante en el cine mexicano.
(Alma Delia Fuentes)
(Angélica María)
Veteranísima ingenua, Alma Delia Fuentes, absolutamente inolvidable como niña en una de las joyas del cine mexicano, "Una familia de tantas" (1948), de Alejandro Galindo, ya despuntando como adolescente en otra joya nacional, "Los olvidados" (1950), de Luis Buñuel. Casi siempre al borde de la agresión masculina de los villanos (que exacerba con su delicada belleza rubia), la Fuentes fue una de las grandes adolescentes del cine mexicano, papel que más tarde sustentarían acabadamente muchachas como Angélica María (que al igual empezó desde pequeña en el cine mexicano y es la única que ha ganado un Ariel como mejor actriz femenina siendo aún niña), representante de la juventud rebelde y rockanrolera de finales de los 50 y en pleno auge en los 60. Protagonista, entre muchas otras películas en su calidad de "Novia de la juventud", de "Muchachas que trabajan" (1961), cuyo título lo dice todo: son chicas modernas.
(Rosita Arenas)
(Ariadne Welter)
Otras muchachas que trabajan y que por lo tanto son heroínas sesenteras de nuestro cine, son Rosita Arenas y Ariadne Welter, aunque ambas en realidad iniciaron su carrera en los 50. Rosita Arenas, fina rubia espigada, pizpireta y simpática, tiene una intervención notable en "El bruto" (1952), donde no se la comían presencias como la de Katy Jurado o Pedro Armendáriz. La Welter, de procedencia europea y hermana de Linda Christian, filmó también con autores del cine mexicano, como el propio Luis Buñuel ("Ensayo de un crimen, 1955). Era una figura erótica con cierta frescura y originalidad que destacó también bajo la dirección de Roberto Gavaldón en "Sombra verde" (1955).
(Erna Martha Bauman)
(Jacqueline Andere)
(Mapyta Cortés)
Un poco posteriores son Erna Martha Bauman, Jacqueline Andere y Mapyta Cortés; ésta última nunca logró pasar de películas musicales de mediana calidad, generalmente dirigidas por su tío, Fernando Cortés (su tía, claro, es Mapy), de enredos de internados de señoritas o de variedades de medianoche. La Bauman, preciosa rubia que fue Miss México, hizo cintas como "Jóvenes y bellas" (1961), que en realidad parece definir a toda una generación fílmica de damitas jóvenes, pues en ésta aparecían también María Duval, María Eugenia San Martín y Ariadne Welter. Un caso muy particular por su enorme simpatía y por su voz ronquita, es el de Anabel Gutiérrez, adorada por toda una generación de sociólogos universitarios que hoy ya peinan canas. Estaba deliciosa en "Escuela de vagabundos" y muchas otras comedias, esencialmente en el papel de la muchacha que despierta al amor ("Llamas contra el viento"). Con excepción de Jacqueline Andere, la cual destacó fundamentalmente en dos películas de ensayo: "Lola de mi vida" (1964) y "El ángel exterminador" (1962) y que luego aparecía ahí en películas de juventud o de terror, todas estas muchachas ingenuas o semi, están definidas por un título tan significativo como "Señoritas" (1958), aunque con la excepción de Mapyta Cortés, eran otras las muchachas que aparecían ahí como ingenuas (Sonia Furió, Ana Bertha Lepe). Y no olvidemos que hay una "Sor ye ye": Hilda Aguirre.
(Anabel Gutiérrez)
(Hilda Aguirre)
Ahora, en un "flashback", volvamos a los inicios y a la Época de Oro del cine mexicano. Primero, en los 50, está la inolvidable Irasema Dilián, rubia tierna, interesante y significativa, con títulos como "Muchachas de uniforme" (1950), "Las infieles" (1953), o "Un luto de bondad" (1954), y un poco antes, Blanca Estela Pavón, heroína popular casi a la altura de deidad religiosa en su serie con Pedro Infante: "Nosotros los pobres" (1947), "Ustedes los ricos" (1948) o "La mujer que yo perdí" (1949). Las chicas "de entonces" querían ser malas como María Elena Márquez en "Yo quiero ser mala" (1949), conocida también como Marisela, por su papel como hija de María Félix en "Doña Bárbara" (1943), a quien le quitaba, a pesar de todo, el galán. Deliciosa, única, María Elena Márquez destacó en muchas, muchas películas, pero quizás más que nunca en "La trepadora" (1949).
Rosario Granados, importada de Chile, era una muy plácida belleza rubia (al grado de que aquí le aplicaron el diminutivo y quedó en Charito). Competía inútilmente contra María Félix en "La diosa arrodillada" (1947). Quizá un título la defina: "Inmaculada" (1950). Asimismo, Virginia Serret competía infructuosamente contra la Félix en "La mujer sin alma" (1943); era deliciosa heroína ingenua en "El moderno Barba Azul" (1946), nada menos que junto a Buster Keaton; y ya significativamente, le destrozaba el rostro a cuchilladas Ninón Sevilla en "Aventura en Río" (1952).
Susana Guízar siempre aparecía "de cieguita"; en "Señora tentación" (1947) compite y gana en bondad (y obtiene al galán) a Ninón Sevilla. Finalmente, un caso muy especial es Rita Macedo, que indudablemente dejó huella con su belleza, su talento y su temperamento. Es muy singular ingenua mexicana en "Rosenda" (1948), pero en nuestro cine, trasciende a muchísimo más en toda una larga filmografía: "Ensayo de un crimen" (1955), "Nazarín" (1958), ambas de Luis Buñuel; "Por la puerta falsa" (1950), de Fernando de Fuentes; "Duelo en las montañas" (1949), de Emilio Fernández; "Tú, yo, nosotros" (1971), de Gonzalo Martínez, Juan Manuel Torres y Jorge Fons.
(Tomado de: Ramón, David - Somos Uno, especial de colección, Grandes rostros del cine mexicano. Año 4, núm. 80. Editorial Eres, S.A. de C.V., México, D.F., 1993)
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