viernes, 10 de abril de 2020

Río Suchiate, en cuaresma


En cuaresma el Suchiate deja de ser la frontera


Texto: Elizabeth Hanckel
Fotografías originales: Ricardo Mata
Original en inglés. Traducción: Rocío Mendicuti

Imagínese unas fronteras abiertas con afluencia libre de gente y de cosas.
 Imagínese un lugar sin límites en las tarifas, sin agentes aduanales y sin patrullas fronterizas. ¿Es este algún sueño futurista? Por el contrario, este lugar existe una vez al año en el río Suchiate, en la frontera de México con Guatemala.
Desde hace muchos años, antes de lo que el más anciano pueda siquiera recordar, comenzó una fiesta el domingo anterior al Miércoles de Ceniza que no termina sino hasta el siguiente domingo. Esta fiesta gira en torno a una peregrinación anual, o romería, que se hace a Tecún Umán, en Guatemala, pueblo fronterizo con Ciudad Hidalgo, Chiapas. Durante esta semana, más de 100 mil personas de los alrededores dejan sus pueblos para ir a rendir homenaje a la imagen del Jesús de las Tres Caídas. La inmensa mayoría de los peregrinos que llegan a esta fiesta son indígenas guatemaltecos. Hay tzuthuiles, mames, quichés, calchikeles e incluso kechkes, que llegan desde Verapaz, aunque también hay gran cantidad de chiapanecos y oaxaqueños.
Llegan por todos los medios posibles: apretados en camiones, en camionetas, en autos, en trenes y camiones de carga, desde la costa y las montañas. Ahí hay padres, niños, abuelos, primos, hermanos, hermanas, tías y tíos. Esta tradición está tan arraigada que poblaciones como las de Nahuala y Samayac, en Guatemala, se convierten en pueblos fantasmas, ya que la mayoría de la gente que los habita se dirige a Ayutla, nombre más sonoro anterior al nombre de Tecún Umán.
Aunque la romería de Ayutla tiene sus raíces en las costumbres y creencias religiosas, el hecho es que actualmente 100 mil personas convergen en el mismo lugar al mismo tiempo, creando un gran negocio y gran entretenimiento. Los habitantes de Ayutla, aunque tienen igual fervor por el Jesús de las Tres Caídas, no entran a la iglesia durante la primera ceremonia, porque se encuentran preparando todo para convertir su pueblo en una inmensa casa de huéspedes. Alimentos y diversión están a la venta en absolutamente todo el pueblo. El mercado comienza afuera de la iglesia con los predecibles puestos de comida, bandas de música para el baile, juegos de puntería, pajaritos de la suerte y tiendas de chucherías. Pero el verdadero mercado se lleva a cabo en el río, o para ser exactos, adentro del río.
El río Suchiate, que forma parte de la frontera entre México y Guatemala, tiene más de 100 m de ancho y cuando comienzan las lluvias de mayo puede "barrer" a una persona para depositarla justo dentro del Pacífico. Sin embargo, en la primera semana de Cuaresma, el agua sólo llega a la cintura y al corazón del mercado. A la vista del puesto de inmigración en el puente entre México y Guatemala, miles de personas, principalmente de Guatemala, compran a los cientos de vendedores, principalmente de México. Los puestos están literalmente colocados dentro del agua, así que, técnicamente, uno puede reclamar estar en su propio país.
Para la gente que está en el río, tan opuesta a los que están sobre el puente, no hay colas, no hay documentos que sellar, no hay formas aduanales que llenar, no hay derechos sobre los que discutir, no hay impuestos que pagar, ni empleados ásperos con quien tratar. En el río, la gente es libre de comprar lo que quiera, de quien quiera, al precio que quiera. ¿Y qué es lo que eligen comprar? Principalmente lo usual: sombreros, ropa, galletas, comida enlatada, cerámica, zapatos, botas, sarapes e innumerables cubetas de aluminio y tubos del mismo material que flotan por todos lados junto a los puestos, amarrados a los puestos, amarrados unos con otros.
Durante los días que dura la primera semana de Cuaresma, las personas, la mayoría vestidas con trajes típicos indígenas, compran todo lo que pueden en este mercado del río vadeando de puesto en puesto.
Para muchos de los peregrinos que van a Ayutla esta es la única oportunidad que tienen de visitar un país extranjero. Un agitado servicio de transbordador trabaja todo el día entre México y Guatemala: gigantescas cámaras de hule inflado que se cubren con tablas amarradas y juntas que sirven como asientos, y en las que el remero trabaja en el timón mientras vadea el río empujando su embarcación desde atrás. Algunas familias se amontonan para hacer el cruce internacional con la emoción reflejada en sus ojos y sus sonrisas. Para otras, la emoción no está solamente en hacer un cruce internacional, sino en hacerlo sin barco. La mayoría de estos intrépidos viajeros buscan la seguridad en el gentío. Apiñonados en montones o en hileras de 15, atravesados a la manera de una cadena de margariras, cruzan el río lentamente, buscando dar un paso firme cada vez para no empaparse. Muchas mujeres, indecisas entre la modestia y el deseo de que no se les mojen las faldas, arrojan la modestia a un lado y echan sus faldas muy por arriba del muslo, riendo nerviosamente de su propio abandono.
En el río, en la periferia de donde está situado el mercado, los peregrinos aprovechan la oportunidad de bañarse y lavar su ropa, mientras que el pueblo, lleno hasta el "tope", no puede ofrecer mucho en materia de higiene. La gente se amontona cerca de la ribera o alrededor de las salientes de piedra para bañarse; los hombres por un lado, las mujeres y los niños por el otro.
El amanecer y el crepúsculo señalando principio y el fin de la actividad del mercado en el río. En el pueblo, estos son los momentos más fervientes para los devotos del Jesús de las Tres Caídas. Mientras que el mercado en el río duerme, la oscura iglesia se llena, haciendo muy difícil el moverse. La única luz que hay dentro del templo proviene de la veladoras que parecen alfombrar el piso. Conforme uno se acerca al altar, las veladoras se agrandan y se ven más densas, creando casi una hoguera de luz y de color. Un murmullo monótono llena la nave mientras se entonan las plegarias y los cánticos. Las manos suplicantes se mueven constantemente como si le hicieran señales a Dios. Los que van a suplicar tienen que esperar durante horas en largas filas que ocupan calles enteras, para finalmente recibir el consuelo y la bendición mientras besan y tocan la imagen del Jesús que data del siglo XVII.
Para el sacerdote Jesús Rodríguez, la intensidad y el fervor de las masas son agotadores. Aunque ha estado en el cercano pueblo de San Marcos durante un año y sabía de la peregrinación, nos confesó que nada podría haberlo preparado para este evento: "Cuando yo presencié por primera vez este fenómeno en 1979, nos dijo, la emoción, la intensidad y las necesidades de la gente; el reto físico de siquiera poder moverse dentro de la iglesia y en el pueblo; la larga semana de actividad continua, tanto en el día como en la noche, fueron abrumadores." Y cuando se le pregunta si duerme durante esta semana, la respuesta que da el padre Jesús es: "A veces, cuando me caigo de cansancio". Muchos peregrinos tal vez dirían lo mismo si se les preguntara.

(Tomado de: Hanckel, Elizabeth - Río Suchiate: en Cuaresma deja de ser frontera. Traducción: Rocío Mendicuti. México Desconocido, noviembre 1991, número 177, Año XV. Editorial Jilguero, S.A. de C.V.)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario